Un ministro en pecado mortal

Madrid

Creo sinceramente que una de las tareas más delicadas —y por lo tanto más importantes— del periodismo, consiste en elegir las palabras adecuadas; en saber dimensionar las noticias; y en evitar convertirlo todo en un guirigay. Ya sé que vivimos un tiempo donde ese peligro nos acecha más que nunca; porque la inmediatez, la velocidad y la saturación informativa que genera el mundo digital provocan frecuentes problemas de digestión. Y hoy es de esos días donde hay que afinar al máximo. Así que vamos a ver si nos entendemos: el escándalo que afecta al ministro del Interior, esa evidencia grabada de que conspiró desde su despacho para perjudicar a adversarios políticos, eso no es una polémica más propia del fragor de la campaña electoral; no es una batallita entre partidos o candidatos. No, no. Yo creo que es la madre de todas las batallas: la de si tenemos o no confianza en las instituciones del Estado.

Ampliar

Por debajo de eso, me atrevería a decir que en política casi todo es si no aceptable, sí al menos comprensible, o explicable. Hay gente más bruta, gente más sutil, gente que ve la política como un ring de boxeo en lugar de una mesa de debate; puede haber más respeto, menos respeto; intereses espurios; unos liderazgos más sólidos que otros, ideas que nos gusten más o menos, peleas internas, incluso puñaladas traperas, pero esto del ministro del Interior pertenece a otra categoría. Si aceptamos que un señor, casualmente el que manda en la policía, utilice su cargo para buscar mierda entre sus rivales políticos, haga llegar dosieres a la prensa —cosa que lleva haciendo desde el año 2012— por si cuela, y encima mienta cuando le pillan, si aceptamos todo eso, entonces sí que este país se va al garete. Que Rajoy quiera ventilarlo sin dar explicaciones o acusando a los demás de hacer ruido ya no puede sorprendernos; pero tampoco debería paralizarnos. Por ejemplo, exigiendo que el domingo aparezca otro portavoz del recuento electoral que no sea él, por una cuestión de pura estética.

En fin, tan religioso que es, Jorge Fernández Díaz debería saber que en política también hay cosas sagradas; y que esto que ha hecho es pecado mortal. No digo que vaya al infierno, pero ahora le tocaría pedir perdón y que alguien le imponga la penitencia.