Compañeros
La tendencia de los dirigentes socialistas, presentes y pasados, a dar su opinión, por su cuenta y riesgo, a la menor oportunidad, no hace más que empeorar las perspectivas de Pedro Sánchez
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Madrid
A Felipe González le gusta contar que los expresidentes son como un gran jarrón chino, que los jóvenes heredan sin que nadie les haya preguntado si lo quieren. Son conscientes de que se trata de un objeto muy valioso, pero nunca saben qué hacer con él, ni donde colocarlo. Durante los últimos días he recordado esta anécdota a menudo, pero lo que veo es una escena de película animada, como si al viejo jarrón chino le hubieran crecido brazos y piernas, mientras el dragón central escupe fuego por la boca.
Desde luego, los resultados del 26-J han dejado al PSOE en una posición peliaguda, pero la tendencia de los dirigentes socialistas, presentes y pasados, a dar su opinión, por su cuenta y riesgo, a la menor oportunidad, no hace más que empeorar las perspectivas de Pedro Sánchez. Para quienes no ejercemos la política como profesión, lo que está ocurriendo es tan incomprensible que es muy difícil no imaginar conspiraciones. Es muy difícil creer que no haya intenciones ocultas en la incontrolable locuacidad de ciertos barones territoriales o del mismo González, cuando se atreven a proponer pactos en público sin haber descolgado antes el teléfono para preguntar a la dirección de su partido si les parece oportuno que aireen su opinión. En cualquier pandilla de amigos, una situación como esta acabaría provocando una o varias rupturas, pero la política es otra cosa. Un chascarrillo habitual entre políticos establece que, de mejor a peor, la Humanidad se divide en amigos, enemigos y compañeros de partido. Parece que saben de lo que hablan.