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TELEVISIÓN | SERIES

‘Stranger Things’, oda al estilo ochentero

La fotografía, el decorado y su banda sonora consigue transportarnos a 1983, año en el que ocurren los acontecimientos

Madrid

Los ochenta han vuelto de la mano de Netflix y los hemanos Duffer. Conversaciones nocturnas por Walkie talkies, cassettes de The Clash, paredes empapeladas con pósters y 'Dragones y Mazmorras' son algunas de las referencias que Matt y Ross Duffer han plasmado en las pantallas de medio mundo con Stranger Things, catalogada como serie de este verano.

Stranger Things ha roto todas las expectativas. Nadie podía esperar que una serie rechazada hasta 20 veces por distintas cadenas podría convertirse en la producción del verano. El mundo paralelo que se crea en Hawkings, un pequeño pueblo de Indiana, ha enganchado a millones de personas que, capitulo a capítulo, han descubierto a Eleven (Once en la versión española), Mike, Dustin y Lucas.

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Una serie maravillosa que, inspirándose en películas como Los Goonies, ET o Encuentros en la tercera fase, ha conseguido cautivar a Stephen King que publicaba en Twitter su fascinación con la historia que en ocho capítulos discurre en el pequeño pueblo de Indiana. "La serie es una compilación de mis mejores momentos como novelista", escribió en esta red social.

La historia comienza con la desaparición de Will, el pequeño por el que sufrirás tanto como Joyce, la madre de este chico interpretada por una magnífica Winona Ryder. Una madre que, lejos del ideal de las películas americanas, desespera hasta la locura. Una mujer que vive trabajando para sacar a sus dos hijos, que soluciona su agobio a base de caladas de Camel y a la que le falta tiempo para preocuparse de su peinado.

Relato entre dos mundos

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La grandeza de esta serie es su sencillez en la narración, la agilidad con la que los problemas de tres niños que viven la desaparición de su amigo nos desplaza entre este mundo y el lado oscuro. Un lugar que, parafraseando a la serie, es "como en casa pero más frío". Se trata de una historia que, a pesar de tener un hilo argumental, consigue crear relatos secundarios igual de hipnotizantes. 

Asistimos así a secuencias reveladoras que cumplen, de principio a fin, una ley no escrita de esta época del cine. Una sucesión de relatos extraordinarios que les ocurren a personas normales. Y nunca mejor dicho, nadie más normal que estos pequeños -carne de bullying como vemos en la serie- que muestran en todo momento su fanatismo por lo magnífico y lo espectacular, lo que no es tangible en este mundo.

La desaparición del chico provoca la llegada de una misteriosa niña, Eleven, una pequeña misteriosa cuyo secreto es haber sido el experimento más preciado del gobierno. Una joven que, aunque apenas articula palabra, explica con su mirada todos esos sentimientos que experimenta quién se sienta frente al televisor a contemplar ocho horas de producción al más alto nivel. 

Ocho horas que se tornan cortas gracias al buen trabajo de los Duffer, quienes han conseguido que la locura de Joyce se convierta en una delgada línea entre lo que los ojos pueden ver y lo que no. Cargada con un armamento de luces de Navidad, esta madre coraje consigue embobarnos a todos frente a esa pared que, de manera espontánea, se convierte en mensajera entre dos mundos.

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Su banda sonora es uno de los elementos más importantes con los que se logra transportarnos a 1983 (año en que se ambiente la serie). Should I Stay or Should I Go de The Clash, Africa de Toto, Hazy Shade of Winter de The Bangles o Elegia de New Order son algunas de las canciones seleccionadas por los Duffer para guiarnos a lo largo de esta intachable historia.

Ahora solo queda esperar, o bien a que se haga una segunda temporada –a la que muchos seguidores temen- o bien a que alguna producción logre el nivel de 'Stranger Things'. El discurso está servido.

 
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