El amigo invisible

Madrid

Este año en la oficina vamos a repetir el amigo invisible. Al parecer, todos quedaron encantados, todos sorprendidos y felices con sus regalos. De manera que hemos fijado diez euros por cabeza, y, hala, a quien te toque. Me diréis qué se puede comprar que sea medianamente decente con diez euros. Se van a dirigir todos derechitos a la tienda del chino, a pillar lo primero que encuentren, como el año pasado. Gramolas falsas que son cajas de música. Un kit de disfraz con chistera y bigote. Un elefante con la trompa para arriba. Ja, ja. Qué ocurrente. Divertidísimo todo.

Las navidades pasadas mi amigo invisible me regaló un soporte para el papel higiénico, de esos que se cuelgan, de falso raso, con puntillas sintéticas. La cara de tonto que se me quedó cuando descubrí qué era aquello (primero pensé que era una combinación de mujer, o algún tipo de ropa interior) todavía se recuerda en los cafés de media mañana aburridos. Yo le regalé al imbécil que me tocaba una caja para puros, de cedro. Es un imbécil pero tiene buen gusto para los cigarros. Obviamente, me gasté más de diez euros. Una cuestión de orgullo, si queréis. Yo no sirvo para regalitos de broma, ja ja, divertidísimo.

El objetivo es echarse unas risas, dicen todos. No, no señor. Las risas, en casa, si se quiere. Aquí venimos a trabajar. Si se hacen regalos, que sean… cómo decirlo… profesionales. El amigo invisible es una estafa, una engañifa. Un… qué sé yo. Así va la empresa. Así va el país.