Trump y el negro futuro que nos espera

Madrid

Anda el respetable muy preocupado porque Trump ha nombrado secretario de Estado, ministro de Exteriores en lenguaje europeo, a un amigo de Putin. Pero se equivocan: eso es lo menos malo. Lo aterrador, lo espeluznante, es que Rex Tillerson es un petrolero.

No un petrolero cualquiera, no. Tillerson era hasta ahora mismo el presidente y consejero delegado de Exxon Mobil. Para su información, la empresa con mayor capitalización del mundo, 400.000 millones de euros, por encima de la gigantesca Apple, a la que también supera en beneficios.

La Exxon de Tillerson es la heredera directa de la petrolera de los Rockefeller, que a base de prácticas fraudulentas y canallescas acabó con la competencia, allá hace más de un siglo, para convertir a sus dueños en los hombres más ricos del mundo.

Gobiernos títeres, derrocamientos de presidentes democráticos, se cuentan a decenas como muescas en el revólver de aquellos magnates, después reconvertidos, además, en banqueros.

Pero ni tan siquiera eso es lo peor, olvidándonos incluso de que dirigía una de las empresas más contaminantes del planeta. Lo grave, lo realmente grave, es que la diplomacia de la mayor potencia del mundo la llevará un tipo con mentalidad de petrolero, que no ven banderas, sino barriles, con sus correspondientes políticas respecto a Oriente Próximo o no tan próximo, a Venezuela o a México.

Sucio y espeso. Como el petróleo.