Un personaje profundamente amoral

 Aunque cueste creerlo, Donald Trump, un hombre de 70 años con desarrollo emocional de un niño malcriado de primaria, como le define John Carlin, ya está instalado en la Casa Blanca ¿Debemos entender que así se pone definitivamente fin al ciclo de la hegemonía americana sobre el mundo o es solo una pasajera broma de mal gusto de la historia?

En su delirio demagógico, Trump se configura como un personaje profundamente amoral. Sólo así se puede entender el discurso adanista que ha soltado. Cómo si hoy empezara la verdadera historia de los Estados Unidos. Por primera vez el traspaso no es de presidente a presidente, sino de las élites al pueblo, ha dicho el magnate.

Para justificar tal ruptura con el pasado ha tenido que hacer una descripción catastrófica del país, una enmienda a la totalidad. Su promesa: América primero, basta ya de ayudar y enriquecer a otros países y empobrecer el nuestro, fronteras fuertes, fábricas de los de casa y para los de casa. Estados Unidos emprende camino en solitario. ¿Hasta dónde llegará? ¿Es Trump dueño de sus delirios narcisistas?

Apretar las tuercas y perdonar la vida: esta es la estrategia que parece imponerse en el gobierno ante el proceso soberanista. Sentencias condenatorias en los procesos judiciales en curso, acompañadas de paternales indultos selectivos. Intervención parcial de la autonomía –mossos de esquadra y sectores del funcionariado- si el referéndum se convoca, sin llegar a colocar virrey alguno en la plaza Sant Jaume. Es decir, por fin el gobierno asume que el independentismo no se autoliquidará, pero sigue negándole el reconocimiento.

La escandalosa subida del precio de la luz no hace más que aumentar la desconfianza ciudadana con las instituciones. Si tan difícil es explicar por qué ha ocurrido y como se forma el recibo es porque el trasfondo es oscuro. Y ante tantas sombras una cosa parece clara: el gobierno y los órganos reguladores son incapaces de controlar la situación.