Juicio con carácter político

Barcelona

Quiérase o no, el juicio por el 9-N iniciado hoy en Barcelona tiene carácter político. Por una razón muy sencilla, porque se ha llegado a él por la renuncia del presidente Rajoy a afrontar políticamente la cuestión independentista. Y cuando a los jueces se les transfieren responsabilidades que corresponden al poder político, se rompen equilibrios básicos del sistema.

El independentismo se ha dado un chute de moral. La concentración en apoyo de Mas, de Ortega y de Rigau es un spot para que se sepa que el soberanismo sigue vivo, contra los que llevan cinco años pronosticando su inminente final. Y además amplia campo, con la adhesión de Colau y los suyos al referendum. Después del fogonazo volverá la calma, pero habrá marcado el clima de los próximos meses en que el riesgo de choque sobrevolara permanentemente el escenario. ¿Es evitable? Sí, a condición de que las dos partes asuman que ninguna de ellas tiene fuerza suficiente para imponerse a la otra sin altos costes. Y que no hay negociación sin transacción. Rajoy ya ha dejado claro que por su parte no hay nada que ceder. ¿Qué quería decir Puigdemont el domingo en la Vanguardia cuando expresaba su disposición a hablar con Rajoy de Catalunya y de España, sin entrar en el referéndum?

El furor antipopulista del establecimiento político empieza ser cómico. En Francia, he visto etiquetar como populistas a Le Pen, a Macron, a Hamon, y a Melenchón. ¿Qué queda entonces? ¿El estrecho campo que va de François Fillon a Manuel Valls, es decir de la derecha moderada a la mitad conservadora del partido socialista? Un país entero no cabe ahí dentro. La calidad de la democracia se define por lo que integra no por lo que excluye.

En un día de abundantes tensiones informativas, lo más interesante que he leído en los medios es una frase de Amos Oz en el diario Ara: “El fanatismo a menudo empieza en casa, cuando se quiere obligar a un ser querido a cambiar por su propio bien”.