El día después

Madrid

Ayer no hizo nada especial: le tocaba revisión del coche. Salió bastante bien librado, un cambio de aceite, un retrovisor nuevo (el derecho se había rajado), y la pegatina actualizada. Había pedido la mañana libre, de manera que aprovechó para hacer la compra, pasó ante las estanterías con cajas de bombones rosas en forma de corazón y miró el precio, por costumbre. Cuando pagaba la fruta, algo de queso, los productos de limpieza que siempre se le olvidaba reponer se fijó, era imposible no hacerlo, en las piruletas de rosa y de corazón. También en la entrada habían colocado algunos baldes con rosas rojas y rosas, envueltas de una en una como para evitarles un contagio. Postales, también con un virulento sarampión de corazones rojos.

Nada especial. Llegó a casa a tiempo para prepararse una sopa instantánea y un bocadillo, salió disparado para la oficina. A la nueva le habían regalado un globo de helio, un corazón metálico que flotaba sobre su silla y que se quedó allí cuando cerraron, porque el metro prohibía entrar con ellos. Nada especial. Le dolía un poco la cabeza, quizás. Hizo una tortilla, cenó delante de la tele. Luego esperó. A las once y media sonó el teléfono. Era ella. Había recibido el paquete. Le había encantado. Sí, ya lo había pensado, ya se había decidido. Sí, volvía a casa. Comenzaban de nuevo.

No, no era ella. Querían saber si estaba satisfecho con su compañía telefónica: podían ofrecerle una oferta muy ventajosa. Escuchó un minuto, por el placer de oír una voz nueva. Luego colgó sin decir una palabra.