Y si no

Madrid

-Y si no, te vas. Esta es mi casa, y mientras vivas bajo mi techo, obedecerás mis órdenes. Punto. Vete, ahora. No quiero verte esa cara.

Y sí, se va, se encierra en la habitación, y contiene las ganas de darle un puñetazo a algo, a la puerta, a la pared. Al final se lo da a un cojín que está desmayado en la cama.

¿Y cuánto tiempo más así? Tiene catorce años, ya no es un crío. No soporta más esas miradas, esos gritos. No hace nada bien. Nada les gusta. Normas que cambian a su antojo, los privilegios de los mayores. Ah, si pudiera irse de allí… a cualquier sitio. Morirse, si hiciera falta, que se arrepintieran, que lloraran en su tumba.

No llora de pura rabia. Le crujen los dientes cuando no se da cuenta. Es todo una lucha. Es todo horrible. Les odia.

Tocan dos veces en la puerta.

-Hijo, abre, soy yo.

-Vete.

-Abre, cariño. Te traigo la merienda. Tienes un batido.

Y se deshace la nube, como tras un aguacero. Un batido es el precio, es la palabra mágica. Abre la puerta, deja, sin mirarla, que la madre deje la bandeja en la mesa. Con los ojos fijos en el suelo, aguarda, hostil.

-Anda, comételo todo. -la madre le acaricia el pelo, y él rehuye con un gesto.

-Quita.

-Ay, hijo. No te enfades. Todo se pasa. Ya verás.

Luego se sienta, ya. Y merienda. Y el batido está rico.