La sombra

Madrid

Hoy, al amanecer, he levantado la cabeza de la almohada, que yo creía recién reclinada. Retiré las mantas y alcancé una bata. Los espejos me devolvían unos reflejos extraños, lúgubres, como los fuegos fatuos de los cementerios viejos levantados en zonas en exceso pantanosas. Con lentitud, mientras notaba la sangre dolorosamente agolpada en mi frente, ha tomado forma una silueta de mujer. Sentada en una butaca, con un vestido azul anticuado, su belleza sobrenatural me resultaba conocida. Me he acercado a ella, pero su mirada oscura y perdida parecía ver más allá de mí. Dando un suspiro, su cuerpo se ha transparentado y ha desaparecido, dejándome sumida en el mayor desconcierto.

Mas avanzado el día, he vuelto a verla. Deslizaba un dedo a través de las tallas de las puertas, y se me figuraba expectante tras cada recodo de los pasillos. He decidido, no obstante, ser yo quien la acechara, y la he esperado tras el dintel. Al pasar junto a mí he estirado mi mano, que se ha crispado sobre el aire. He perdido el equilibrio y caído con estrépito. La imagen se ha vuelto y me ha sonreído. E, inexplicablemente, he dejado de sentir desconfianza. Las estancias espaciosas de mi infancia vuelven a serme conocidas.

Cada día me encuentro más pobre; envían facturas de la botica, de los comercios, de los abogados, de las tierras que me quedaron, antes tan fructíferas y ahora ruinosas. Pero ya no me importa. Solo me preocupa mi amada sombra del salón. Mi fantasma. Mi legado.