La alienación de WhatsApp
El nuevo (viejo) Nokia 3310 presentado en el MWC de Barcelona no tiene conexión a Internet, es decir, no puede conectarse a las redes sociales. ¿Podrías vivir sin conectarte a WhatsApp? Responde un sociólogo experto en temas de juventud
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Madrid
El escritor y filósofo italiano Umberto Eco (1932-2016) llegó a confesar que se sentía liberado del móvil en los aeropuertos, toda vez cruzada la puerta de embarque, cuando un miembro de la tripulación de cabina le obligaba a apagarlo. “Desde ese momento, puedo pensar”, explicó. Es una experiencia que derivó en la columna titulada Dejando el hábito del teléfono celular, publicada en agosto de 2013, un artículo que incluye verdades como puños sobre el devenir tecnológico cotidiano: “Mientras el reloj de pulsera liberó nuestras manos, el teléfono inteligente las monopoliza”. “La tecnología móvil (…) interrumpe el tiempo que dedicamos a estar juntos, frente a frente”. Y, quizá, la verdad definitiva, una idea que desarrolló cuando viajaba en tren rodeado de pasajeros gritándole al móvil: “Quien era verdaderamente poderoso no necesitaba tener teléfonos celulares, ya que tenían 20 secretarios contestando las llamadas”.
En lo que llevamos de década, con el auge de los teléfonos inteligentes, desde que tenemos un ordenador portátil de bolsillo, las redes sociales son (parecen) inherentes a los móviles. Son aplicaciones que no vienen instaladas en el terminal, pero que para una inmensa mayoría son imprescindibles. De todas, en España se lleva la palma WhatsApp, un sistema de mensajería instantánea que descargan el 98% de los usuarios españoles nada más comprar o cambiar de móvil, según el CIS. Que el nuevo Nokia 3310, en la última edición del Mobile World Congress celebrado en Barcelona, vuelva a sus orígenes y carezca de conexión a Internet nos ha llevado a preguntarnos si, hoy por hoy, podemos vivir sin WhatsApp.
- ¿ESTÁS ENGANCHAD@?
Pura adicción
“El WhatsApp es una alienación”, responde Lorenzo Navarrete, doctor en Sociología experto en juventud y socialización. “Si te desconectas de WhatsApp, como adicción que es, puede haber unos días en los que te pueda la ansiedad, como cuando dejas de fumar o de tomar café. Pero, a diferencia del resto, te va a liberar la mente. WhatsApp genera una adicción pura porque es instantánea. Estás escribiendo y la aplicación refleja que también te están escribiendo”. Sobre este factor de tiempo, añade: “no hay nada más viejo que el WhatsApp que acabas de abrir. No es nada. La mayoría pasa y punto, y así hasta el siguiente”.
Navarrete pone el acento en la importancia real de la mayoría de los mensajes que recibimos, también de los que se publican en las redes sociales a través de Internet. Admite que carece de Facebook, Twitter o Instagram, pero que mantiene activo el WhatsApp por sus múltiples ocupaciones (profesor en la Complutense de Madrid, decano del Colegio de Madrid de Ciencias Políticas y Sociología, Secretario del Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, etcétera). Reconoce que los grupos facilitan la interconexión con otros compañeros y amigos, pero que no tiene el tiempo necesario para abarcarlo todo: “La inspiración te llega cuando estás trabajando. Qué es esto de querer estar concentrado y estar recibiendo whatsapps constantemente”, reflexiona en voz alta.
Saturación de grupos
Salieron los grupos de WhatsApp, conjuntos de contactos y mensajes dignos de estudio, y que tienen una conexión con las Ciencias de la Administración. En teoría, cuando se pone en marcha una política pública, se constituye una comisión. Ahora, bien pensado, también. ¿Qué hay que organizar una fiesta de cumpleaños? Grupo. ¿El partido con los amigos del sábado? Grupo. ¿Eventos familiares, cuñados, primos? Grupo. ¿Madres y padres del cole del peque? Grupo al canto. Según Navarrete, “hemos incorporado a nuestras vidas las comisiones de trabajo para hablar de lo que tenemos que hacer aunque, al final, ni siquiera lo hagamos”.
Los primeros usuarios de WhatsApp, Twitter y demás fueron tachados de frikis hace menos de una década. Ahora lo son aquellos que deciden aparcar estas aplicaciones para dedicarse más tiempo, “para buscar uno mismo lo que quiere, para no esperar a que me lo digan los demás. Ese yo, yo, yo es un rasgo de los millennials. Este nuevo friki no es un sociófobo, que rechace estar en la sociedad, sino un individualista metodológico”, sentencia Navarrete.