Espera

Madrid

Tocaba llevar a Carlota a la revisión y allí nos hemos visto, en una sala de espera arrebatada de madres y de niños. Ha quedado atrás esa horrible etapa de los cólicos de lactante, en la que la niña lloraba hasta que se ponía azul, dolorida y frustrada, y ahora tengo poco que contarle al pediatra. Come bien, duerme bien, vivimos una historia de amor llena de babas y de miradas extasiadas.

Una de las niñas que correteaba entre los carritos se ha acercado a su madre y le ha tirado de la manga. La madre se ha desabrochado la camisa, y le ha dado el pecho sin interrumpir su lectura, con una leve modificación de postura que habla un gesto muchas veces repetido. Fascinada, he visto la media luna de los dientecitos de la niña contra el seno oscuro de la madre. El aire se ha enrarecido por una tormenta de opiniones no expresadas. Todas somos madres allí, todas somos expertas. Hemos mantenido y defendido una postura frente a la lactancia, el colecho, el porteo. Llevamos a las espaldas años de juicios de propios y extraños, no se es madre hoy en día sin pagar el precio de la crítica. Estamos prontas a saltar o a defender.

La niña mama con absoluta placidez, y de la misma manera en la que se ha encrespado el aire, amaina la tormenta. Carlota me reclama, me tiende a Rafa la Jirafa, patalea. Cada cual atiende a su hijo, a su móvil. Continuamos esperando. Con esa tensión constante de equivocarnos, de cometer un fallo, de sentirse señaladas.