Oiga, ¿por qué no se ríe?

Mi tema no es el límite del humor sino el límite de la solemnidad. En las últimas semanas hemos conocido infinidad de chistes y comentarios sobre Carrero Blanco. Era imposible caminar por la calle sin que alguien se acercase al oído a contarte un chiste de Carrero Blanco.

¿Por qué ocurría esto? Porque la justicia española decidió condenar a un año de cárcel a una chica que había hecho chistes de Carrero Blanco que no había leído nadie. Esto no es nuevo. En 2003 Barbra Streisand quiso impedir fotos aéreas de su casa, y el intento de censura se saldó con la imagen reproducida en todas partes: se le llamó efecto Streisand. En 2017 en España seguimos censurando chistes de fotos aéreas, y el efecto sigue siendo el mismo. Así que a esta justicia represora le recomendaría una modificación legal.

Se trata de subvertir el efecto Streisand. Después de Carrero Blanco se ha admitido a trámite una denuncia contra Wyoming y Dani Mateo por unos comentarios sobre el Valle de los Caídos. Y antes ha habido varios mártires del tuit o del sketch, y déjame acordarme de mi sagrado y querido Javier Krahe cocinando cristos antes de que Ferrán Adriá anunciase que el mejor Dios es el Dios deconstruido. ¿Qué hacer entonces? 

Propongo un sistema judicial más acorde con la democracia y más comprometido con las libertades. Que haya obligación -por ley: obligación constitucional- a reírse de lo "sagrado", a reírse lo que "ofende" tan gravemente a colectivos de gustos y creencias sospechosas.

Por ejemplo, el que no se ría en los medios y en las redes del franquismo, sus dirigentes y sus monumentos es susceptible de ser denunciado y llevado a la Audiencia Nacional. Y que allí la Fiscalía le pregunte: "Oiga, ¿puede explicar por qué no hace escarnio del Valle de los Caídos? ¿Es que le parece respetable ese monumento al fascismo?". Y al que no haga chistes, que se le condene a pena de cárcel. Aunque sólo sea para ver cómo los que protestan y censuran esa condena son los autoproclamados "políticamente incorrectos".