Vueltas y vueltas

Madrid

Se ha despertado con el mismo sueño: su hija menor está aprendido a patinar, tiene unos seis años. Coge velocidad y entra en una especie de túnel redondo, algo parecido a las minas abiertas al sol o de aparcamiento al aire libre, hacia abajo, con rieles, uno de esos lugares palpitantes y únicos de los sueños propios. La niña entra en ese círculo y queda atrapada en él, como un satélite en una órbita circular. Gira, y gira, parece contenta, pero ella sabe que si continúa ese círculo fatal la absorberá. Intenta correr hacia la niña, pero no puede moverse, ni gritar.

Su alarido resuena mucho dentro de su cabeza, pero algo le ha sellado los labios. Solo puede observar con impotencia cómo su hija se sumerge en la nada y la pierde, y no es capaz de moverse, ni de alertarla, ni de salvarla.

Cuando se despierta su marido duerme tranquilo, suena el tictac del reloj de la entrada, nada ocurre. Repasa la última conversación con la niña: la llamó esa tarde, todo le va bien, vendrán el fin de semana a comer, traerán con ellos a un amiguito del niño. En el sueño, su hija tenía la misma edad que ha cumplido ahora su nieto. Ha sobrevivido, parece que hicieron bien su trabajo de padres, no hay peligros que acechen en simas oscuras.

Pero pasa una, dos horas, y continúa desvelada por la pesadilla. El tictac indica que amanecerá pronto. Esa fue una cosa que aprendiócuando nacieron los niños: mejor tener sueño que pesadillas.