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'Girls', la bofetada de una generación

La serie de HBO, escrita, dirigida y protagonizada por Lena Dunham, llega a su fin después de seis temporadas

Analizamos en 'La Script' con Inés de León el legado de una ficción realista, feminista y millennial

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Madrid

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TELEVISIÓN | 'Girls', la bofetada de una generación

28:53

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Seis temporadas después, Girls ha dicho adiós. En 2012 la crítica se giró ante esa joven que se proclamaba voz de una generación. Lena Dunham se inició como directora y actriz protagonista con la película Tiny Furniture con tan sólo 24 años y, apadrinada por Judd Apatow, uno de los renovadores de la comedia americana, dio el salto a la televisión un año después. Fue la primera mujer al frente de una serie del gigante de la televisión de pago HBO, quería contar su historia alejada de la mirada masculina.

A Girls le debemos varias cosas y no solo las mujeres. Debemos un crecimiento narrativo y creativo que ha ido en aumento en estas seis temporadas. Desde aquella escena que ponía los pelos de punta por la pretenciosidad de su personaje protagonista:

"Creo que quizás soy la voz de mi generación o, por lo menos, una voz de una generación".

Una generación que deja fuera a las mujeres negras, asiáticas, latinas, de clase obrera... sin perder su poder realista. Sin embargo, a pesar de que sea una serie que retrata el fracaso de un grupo de veinteañeras pijas y progres enfrentándose a un contexto político y social de crisis, que ni siquiera comprenden, Girls es una serie que aporta a la emancipación de la mujer varios aspectos positivos.

Para empezar, el cuerpo. Dice Santiago Alba Rico en su último ensayo, Ser o no ser un cuerpo, que con el auge del neocapitalismo y las nuevas tecnologías hemos olvidado que tenemos un cuerpo. Lena Dunham reivindica el suyo, como nunca antes se había hecho en televisión. Es raro el capítulo en el que no lo muestra o se viste como le da la gana teniendo el peso que le da la gana.

La forma de vestir, nos enseña el sociólogo Boudieu, forma parte del orden de los espacios sociales y está regulada por unos códigos y normas implícitas que se deben cumplir porque el cuerpo marca la posición de los sujetos en la sociedad, su pertenencia a un determinado grupo. Hannah -o Lena Dunham- rompe esos códigos. Su cuerpo no es normativo. No cumple los cánones de belleza que imperan en la sociedad y, sobre todo, en el cine y la televisión. Ahí está la subversión, su cuerpo es protagonista, luce y es visto desde una óptima femenina, no desde esa mirada masculina, creada desde el deseo.

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En esto es clave cómo Lena Dunham ha retratado el sexo, nada erótico, nada pornográfico, a veces (casi siempre) malo, donde los hombres son egoístas y las mujeres no disfrutan. Después esta joven repelente, obsesionada con ser escritora, empezaba a incorporar en sus capítulos temas tratados sin tapujos, como el aborto en el episodio 'Pánico vaginal', un asunto siempre delicado en la televisión americana y que Hannah banaliza. 

Pero Girls es, ante todo, una serie sobre la identidad, quizá uno de los grandes quebraderos de cabeza en las sociedades desarrolladas. Se pregunta quiénes son esas cuatro mujeres que aspiran al éxito, que lo han tenido todo pero no consiguen nada ¿Les debe algo la sociedad? Si algo hay que valorar en el guion es la capacidad de retratar a una generación (de neoyorquinas blancas acomodadas y votantes demócratas) en crisis, que se siente especial, con altísimas expectativas, pero que acaba frustrada porque los estragos de la crisis del capitalismo también van, por vez primera, contra ellas.

Lo valiente de Dunham es hacerlo a través de unos personajes incómodos, poco empáticos y reconocibles, con los que es difícil que quisieras tener una amistad duradera. Son malas amigas. Recuerden ese capítulo de la tercera temporada, 'La casa de la playa', donde las broncas entre ellas confirman cómo la amistad es frágil y se desgasta en la sociedad líquida de Bauman. El individualismo prima por encima de cualquier otro vínculo, sea el amor, la amistad o la familia, donde el desarraigo se acentúa. 

La ruptura de la narración no es un problema para la creadora. De hecho, los mejores capítulos son los dedicados exclusivamente a un personaje -los llamados episodios botella-. Como en la quinta temporada, 'Pánico en Central Park', dedicado a Marnie, el personaje más pijo, más permeable a la presión social. Es la primera en casarse, es el sueño de su vida, pero ni con esas hay un atisbo de satisfacción. También el dedicado a Shoshana en Japón o, el más incisivo de todos, políticamente hablando, 'La zorra de América', donde Hannah muestra todas las relaciones de poder entre la intelectualidad progre norteamericana. Un capítulo plagado de referencias culturales y políticas, con infinidad de lecturas y donde el halago es el peor enemigo de cualquiera. Por último, está el juego entre ficción y realidad, siempre presente, desde esa fatídica frase tan impertinente ("soy la voz de una generación"), pero que en esta última temporada alcanza el clímax.

Señala la filósofa Teresa de Laurentis, otra representante de la teoría fílmica feminista, que la representación de la mujer como espectáculo, como cuerpo para ser mirado, por tanto como objeto del deseo, es algo omnipresente en nuestra cultura y encuentra en el audiovisual su expresión más compleja. Girls ha logrado ser una serie que escape de esa mirada masculina y, además, ha conquistado a un público masculino heterosexual, que ve la serie -y se ha quitado prejuicios- a pesar de esa estúpida etiqueta de "serie para mujeres" con la que ha cargado desde sus inicios. Una bofetada en todos los sentidos. 

 
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