No es una fiesta, es un grito de reivindicación

No ha sido nunca el 1º de mayo la fiesta de los trabajadores, sino un día reivindicativo, porque un altísimo porcentaje de asalariados, además de los parados, nunca tenían nada que celebrar. Siempre han debido luchar como jabatos para lograr unos salarios más o menos dignos y unas condiciones laborales simplemente humanas.

Poco a poco, manifestación tras manifestación, huelga tras huelga, negociaciones infinitas tras negociaciones infinitas, acción sindical tras acción sindical, los trabajadores han ido arrancando derechos a lo largo del siglo XX, cuando el capitalismo miraba de reojo al bloque comunista y optó por la vía de la socialdemocracia para evitar males mayores.

Claro que es una simplificación, pero este Ojo dura un minuto y las enciclopedias tienen miles de páginas. ¿Y ahora, en el siglo XXI? Pues que ya nada tienen que temer los más poderosos, ese 1% que tiene tanto dinero como el 99% restante, amos y señores de vidas y haciendas en este mundo globalizado. ¿Y aquí, en esta piel de toro? Pues que damos palmas por tener unos empleos zarrapastrosos de unas horas a la semana para maquillar que el paro ronda los cuatro millones de personas y que alcanza a un 50% de los menores de 25 años. Sube el PIB, dice muy contenta esta derecha robamantas. Pero la desigualdad crece y crece desde 2007.

Ayer no había nada que celebrar.