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Senectud, divino tesoro

La Tana sabe que con la edad es más que probable que su sexualidad se ralentice. Pero no parece muy dispuesta a conformarse con que la traten como a una anciana.

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Madrid

Me zampé los años hasta llegar a donde estoy sin darme cuenta. Cuando eres pequeño los años se te hacen eternos y quieres que se te adelanten, que corran de dos en dos. A los doce quieres tener catorce, a los catorce dieciséis. Irrumpes en los veinte dispuesta a comerte el mundo y demostrar todo lo mayor que eres y antes de que te des cuenta sobrepasas la treintena. Antes de que quieras, los años se te escurren entre los dedos sin que puedas escapar a las preguntas que se supone, debes contestar. “¿Para cuándo los hijos?” “¿Solo vas a tener uno? ¡Pobre!” “¿Sigues con la misma pareja?” “¿Has vuelto a follar en los baños del Jazz Club?” Y cada vez con las interrogaciones entre más exclamaciones.

Me encantó que con cuarenta recién cumplidos, un desconocido dijera que era una MILF, mamá mollar con la que tendría sexo. Pagaré a todos los disc jokey de este planeta para que “Amado Mío” de Pink Martini suene en todas y cada una de las fiestas a las que me deje caer, no vaya a ser que mi mejor amante ande por allí y venga corriendo a agarrarme del culo. Llegaré exhausta a casa después de un día de mierda y suplicaré por que me abracen por la espalda a modo cuchara.

Quiero convertirme en una anciana heredera y defensora del mote familiar, biznieta de la Tía Atravesá. Querré parecerme a esa modelo anciana que ha encontrado en el sexo el elixir de la eterna juventud, esconderé las manos entre las piernas, acariciándome con los dedos rugosos, reconociéndome en cada pliegue y escondite de mi ser. Aspiraré a que sigan metiéndome mano por los pasillos de mi casa. Querré que se desnuden junto a mí para que podamos sentirnos la piel mutuamente. Evocaré todas y cada una de mis folladas a destiempo con quien menos me esperé, incluyendo a cada una de las personas a las que amé.

Ojalá la muerte me sorprenda viendo una vez más “Deseando amar” de Wong Kar Wai, en la cúspide de mi senectud, agradeciéndole al mismísimo infierno haberme permitido ser tan feliz.

 
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