La muerte del torero Iván Fandiño este sábado, cogido fatalmente por un toro en un desgraciado quite, ha suscitado reacciones exageradas entre quienes aman los toros y quienes los detestan. Pero no cabe la equidistancia, porque el elogio desmesurado al muerto no se puede equiparar a la expresión de desbordante alegría por su muerte. No sé si han sido muchos, pero le han dicho de todo; quizás estos individuos eviten después pisar una hormiga para no desequilibrar el ecosistema, pero al difunto Fandiño lo han pisoteado virtualmente hasta enterrarlo bajo siete capas de insultos escupidos.
Y no caigamos en su trampa. No son animalistas ni son antitaurinos. Pertenecen a esa estirpe de quienes consideran bendición la desgracia del rival, solventan las discrepancias a hostias y sueltan un “algo habrá hecho” cuando la víctima no cae bien. Este domingo, Marisol Rojas escribía este tuit: “Si te alegras con la muerte de Fandiño no eres animalista, eres un animal”. Nada que añadir. Bueno, sólo una cosa: eres un animal en la tercera acepción de la palabra.