Pacto de confianza

Una de las heridas más profundas de la crisis se produjo en el empleo público; el que tenía que haberse creado pero también el que estaba. Con un agravante, y es que cualquier castigo al funcionario encontraba en parte de la sociedad una comprensión que no hubiera encontrado en otro sector. Esto se producía por ideología o por prejuicio, y a menudo por las dos razones. Así que cuando llegaron las bajadas de sueldos y la reducción de días libres no sólo hubo poca defensa desde el exterior, sino que en cierto modo se quebró un pacto de confianza entre el Estado y el opositor.

La secretaria de Estado habla de desmotivación sobre todo en los cuerpos superiores. Cualquier oposición es extraordinariamente dura y competitiva. Esa palabra, desmotivación, es clave porque visibiliza uno de los mayores problemas del Estado, que es la capacidad de atracción del empleo público. Si bajas la exigencia porque el sector privado es más sexy, estás perdido. Si una vez dentro modificas el acuerdo, estás perdido. Funcionarios desmotivados construyen un Estado desmotivado. Lo que ha ocurrido en los últimos siete años ha sido un problema de confianza, y la confianza suele recuperarse con hechos más que con promesas de buena voluntad. En España por desgracia aún hay quien asocia al funcionario con la ventanilla y el café, en esa caricatura infame que olvida que funcionarios son los que educan a tus hijos y salvan las vidas de tus padres, entre otros.