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Tu grupo favorito apesta, pero pagarás por verlo en concierto

El pasado tiene un enorme atractivo para hacernos pasar por caja cada vez que la nostalgia llama a nuestra puerta

Axl Rose durante un concierto de Guns n Roses en Australia / GETTY

Madrid

Mi hermano mayor solía decirme que a las bandas hay que verlas en su momento. Acudía a este argumento para convencerme de que lo acompañase a algún concierto al que no quería ir. A pesar de su no siempre acertado intento de manipulación, el argumento no deja de ser válido en estos tiempos de aplaudidas reuniones que vivimos. Esta vuelta a la nostalgia, a ese pasado en el que éramos más jóvenes y teníamos menos preocupaciones.

La verdad es que el argumento de mi hermano tiene su punto de razón, salvo algunas excepciones. Ver a Guns n Roses ahora, con los músicos ajenos a todo y sin mirarse ni de reojo, no es para nada una experiencia semejante a la que fue cuando eran los reyes del mundo. La emoción que me produjo ver a Bob Dylan en directo por primera vez fue intensa hasta las lágrimas, pero en mi interior siempre soñare con verle en aquella gira maldita junto a The Band en la que le gritaban "Judas" desde la platea. Las voces cambian, los amigos mutan, pero las canciones siempre permanecen perennes ancladas a nuestra memoria.

Leonard Cohen durante un concierto en Holanda en 2008 / GETTY IMAGES

Escuchar en directo a nuestros héroes supone un viaje al pasado, a tiempos que la memoria ha maquillado hasta hacerlos perfectos. Sus canciones son la banda sonora de nuestras vidas. De aquel beso, aquella fiesta, ese verano y todos esos viajes. Y como tal, perdonamos casi cualquier cosa porque nada en este mundo tiene el poder de la música para llevarte de vuelta a tus mejores días. Y no, no es lo mismo ver a Queen con Freddy que sin él, o Mark Knopfler sin los Dire Straits o a Noel sin Liam. Porque esos cambios nos recuerdan que nosotros también somos distintos. Más cínicos, menos espontáneos, más viejos. Aunque a todo siempre hay excepciones, artistas que con menos urgencias y más arrugas han mejorado como el vino. Ver a Leonard Cohen en 2008 me resultó más intenso y desgarrador, con la voz más oscura y cavernosa, que sus días de seductor en los setenta. Y no es el único, Bruce Springsteen se esfuerza casi más sobre las tablas ahora que a los 30. Pero una cosa es envejecer bien y ser profesional y otra estar en tu cima, en tus mejores días. Dudo que cualquier fan de Springsteen rechazase cambiar su entrada del concierto de Barcelona en 2002 por una de la gira de Born to run, cuando el de Jersey se jugaba el futuro con ese disco.

La nostalgia es parte de nuestra forma de entender el mundo, de afrontar el paso del tiempo. "El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus respectivas actitudes", escribía el pensador polaco Zygmunt Bauman en Retrotopía, su ensayo póstumo. Por ese mismo motivo, las giras de regreso, por muy forzadas que sean, seguirán funcionando. Los conciertos que recuerdan discos de hace 25, 30 o 40 años seguirán apareciendo y vendiendo todo el papel en minutos. Volveremos a verlos una y otra vez envejeciendo frente a ellos, con ellos. Seguiremos yendo a esos conciertos y pensando que nada ha cambiado desde la última vez. Aunque en realidad nada es igual y cuando la música termina volvemos al presente, a tener un trabajo, una familia y unas obligaciones. A no tener 20 años. La música es efímera y su anestesia, cuando funciona, apenas dura una breve sucesión de acordes. Pero seguiremos buscando esos instantes y pagando un dineral por ellos. Sentirte joven y feliz durante un par de horas por 100 euros es un precio que merece ser pagado aunque el concierto decepcione. Iremos a verlos y volveremos mil veces por un motivo que está en el interior de todos nosotros. Un día no estarán, se habrán ido, y nos cagaremos en todo.

 
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