El reloj del 155 agota sus minutos

Madrid

Lunes, por delante otra semana decisiva en la crisis catalana. Casi da risa escribirlo, otra semana de órdagos independentistas, otra semana para el desmantelamiento de un procés que pudo tener al principio el apoyo y simpatía de aquellos que sin ser independentistas defendía la legitimidad de la reivindicación pero que ha caído ya en el ridículo más absoluto.

La no respuesta de Puigdemont al requerimiento de Mariano Rajoy, repleta de condiciones pero sin responder a la pregunta que se le formulaba. La crisis interna dentro del movimiento independentista, los que piden caña y los que piden prudencia ante la siguiente respuesta que tiene que dar el president de la Generalitat, esta vez el jueves antes de las diez de la mañana, entre los prudentes aparece un reconvertido. La fuga de empresas, la última una de las históricas, Codorniu, que se va a La Rioja. la paralización política catalana, con un Parlament que funciona solo para las iniciativas independentistas.

Puigdemont hizo creer a los suyos que había declarado la independencia con un documento firmado sin ninguna validez ni jurídica ni política, pero ahora juega con la respuesta. Puigdemont prometió una república independiente y explicó a los catalanes que su proclamación no supondría ningún riesgo. Una afirmación desmontada con argumentos hace mucho tiempo, pero ahora los argumentos ya son reales, consecuencias económicas, consecuencias judiciales, y la puesta en marcha de un artículo de la Constitución que nos puede hacer retroceder a los catalanes años en el autogobierno. Estas son las consecuencias que los independentistas siempre han minimizado, las consecuencias que siguen minimizando.

Y, mientras, Puigdemont se debate entre seguir fabricando su realidad paralela o acabar con esto de una vez, vía elecciones, que es la única salida. Y, mientras, el reloj del 155 agota sus minutos.