155, poder y compromiso
¿Podemos confiar en que un gobierno tantas veces chapucero y patoso sabrá hacer bien un trabajo delicadísimo que requiere talento y mesura en grado superlativo? Es lícito dudar
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Cuesta creer que sea cierto lo que estamos viviendo. Más parece un mal sueño del que en cualquier momento vamos a despertar. Y sin embargo no soñamos. Y aún no ha pasado lo peor, porque aún nada es irreversible. Podría serlo en los próximos días si la Generalitat salta al vacío y proclama la independencia. Y aun sin eso, el semestre presenta grandísimas dificultades, porque hablamos mucho de las medidas del 155 pero muy poco de la complicación de llevarlas a efecto, y nada digamos de aplicarlas satisfactoriamente. ¿Pensamos acaso que Puigdemont y sus consellers van a abandonar discretamente sus despachos? ¿Que todos los funcionarios van a aceptar sin rechistar las órdenes de la nueva superioridad? ¿Que todos los mossos van a pasar de Trapero a Zoido en disciplinado primer tiempo de saludo? ¿No contamos con que habrá fortísimas resistencias? ¿Con qué contundencia se van a aplicar? Por otra parte, ¿podemos confiar en que un gobierno tantas veces chapucero y patoso sabrá hacer bien un trabajo delicadísimo que requiere talento y mesura en grado superlativo? Es lícito dudar. Ejemplo de cajón: ¿se van a encargar de devolver la ecuanimidad y la imparcialidad informativa a TV3 los que gestionan la información en Televisión Española?
El 155 no es sólo un poder excepcional, es un compromiso extraordinario que puede acreditar o desacreditar definitivamente al estado allí donde menos se le respeta y en un momento histórico crucial.
155, poder y compromiso
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