Deconstruyendo a Puigdemont

Madrid

Como cada día sigue habiendo novedades en la crisis de Catalunya, casi a diario hay que modular también el diagnóstico. Y el de hoy nos obliga a situar a Carles Puigdemont frente al espejo de algunas contradicciones –cuando no mentiras– que a mí, personalmente, me parecen flagrantes.

El destituido president de la Generalitat ha hecho un discurso desde Bruselas que pretendía, básicamente, insuflar ánimo a sus seguidores de cara a las elecciones del 21 de diciembre. Eso es muy comprensible, pero, claro, ahí va la primera: si tan grande es su devoción por las urnas, ¿por qué no convocó él mismo esas elecciones, ahorrándose lo del artículo 155 y todo lo que le cuelga? Segunda: ¿de verdad Puigdemont intenta que le demos las gracias porque al no resistirse a la aplicación de ese artículo supuestamente ha evitado la violencia en Catalunya? ¿Y si lo hubiera hecho al revés? ¿Y si ya no hubiera dado el paso previo de saltarse leyes y constitución a la torera? Tampoco hubiera sido ninguna tontería, ¿no? Y tercera: el relato de la persecución, del estado opresor, de la falta de garantías, lo de “me van a meter en la cárcel por mis ideas” de verdad que no se sostiene.

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Tan poco se sostiene que Carles Puigdemont lleva toda la vida pudiendo defender sus ideas, tanto es así que incluso ha sido presidente de la Generalitat hasta que él y otros decidieron echarse al monte. ¿Que enfrente han tenido a un gobierno español –y un establishment incluso– cerrado, poco dado a negociar, faltón en ocasiones? De acuerdo; totalmente de acuerdo; pero, amigo, eso forma parte del juego político. Saltarse la ley ya es otra cosa y tiene consecuencias.

Dicho lo cual, sólo una reflexión añadida. Y muy personal. Casi que es una petición, empezando por nosotros mismos, por los periodistas: por favor, tengamos cuidado con el lenguaje, que nadie se venga ahora arriba más de la cuenta. La crítica política puede y debe ser –si así lo creemos– extremadamente dura. Pero cuidado con hablar de independentistas así en genérico, no digamos ya de catalanes en general, como si fueran el enemigo o bichos raros. Y el mismo cuidado al hablar de España y de los españoles. Cuidado con los sentimientos; un respeto.

Este es un momento donde la política va por un camino, la justicia por otro. Pero donde la tarea más importante es eso que se ha venido en llamar la reconstrucción de los afectos. No necesitamos pirómanos sino bomberos. Y ahí tenemos todos una enorme responsabilidad.