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Los nuevos reyes de Oriente

Los nuevos reyes de Oriente son más de tres y no son magos, aunque sí utilizan la "magia" de la política exterior aplicada a la región para obtener beneficios en sus respectivos países

El presidente ruso, Vladímir Putin, hace un brindis durante una ceremonia de condecoración de militares que participaron en las acciones en Siria celebrada en el Kremlin, en Moscú, Rusia, hoy 28 de diciembre de 2017. / KIRILL KUDRYAVTSEV / POOL EFE

Madrid

Los nuevos reyes de Oriente Próximo no son magos, aunque sí utilizan la magia de la política exterior aplicada a la región para obtener beneficios en sus respectivos países.

El más evidente en esta estrategia es Vladimir Putin que obtiene de la guerra de Siria numerosos dividendos: resituarse como una potencia internacional. Su apoyo al régimen de Bachar Al Asad le ha permitido imponer lo que algunos analistas denominan la pax putina porque ha demostrado la eficacia de su ejército y la de su armamento; ha restablecido relaciones con Turquía e Irán, también decisivas en la región y, en el terreno interno, ha elevado la moral y orgullo nacionalista de los rusos que están dispuestos a apoyarle masivamente en las elecciones de marzo de este año, según analiza Rodrigo Fernández desde Moscú.

Lo dividendos de Putin en Siria

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El segundo rey de Oriente es Recep Tayip Erdogan. El 'sultán' turco busca situarse como líder regional para compensar el bloqueo en las relaciones con la Unión Europea y evitar la constitución de un estado kurdo a partir de la autonomía existente en el norte de Irak.

En realidad, hace no tanto tiempo Erdogan parecía el dirigente capaz de solucionar los contenciosos de Turquía con sus vecinos -en el caso de Armenia y Siria- y con sus propios ciudadanos en el caso de los kurdos. Su gobierno abrió un histórico proceso de paz con varios grupos kurdos, que incluyó al proscrito PKK. Ese proceso se estancó en gran medida por los complicados juegos regionales de poder y se dió por roto en 2015 devolviendo el Sureste del país a una guerra civil de baja intensidad. El problema es que no se trata sólo de la relación de Turquía y su gobierno con los kurdos, sino el hecho de que el núcleo territorial fuerte de los kurdos se reparta entre Irán, Irak, Siria y Turquía. La relación de Erdogan con el gobierno del Kurdistán iraquí no es mala pero el referéndum de autodeterminación en Octubre pasado la ha estropeado. También, la compleja situación en Siria dio alas a una reunificación dado que los kurdos han aprovechado el vacío de poder en el país y la alianza estratégica con el régimen para hacerse fuertes en el noreste.

El rey de oriente iraní es bicéfalo: tiene los semblantes de Jamenei -el líder espiritual, conservador- y de Rohaní -el presidente reformador-. El equilibrio entre ambos es otra clave del bloqueo que vive el país cuyo malestar se está expresando en la calle. En las protestas, se reclama no gastar más en apoyar a los chiís de los países vecinos e invertir en una economía que se ha esclerotizado durante las sanciones impuestas por la comunidad internacional para frenar el programa nuclear. El acuerdo alcanzado con las potencias mundiales para su desarrollo controlado no se ha traducido en una mayor inversión extranjera que dinamice la tercera economía de la región después de Arabia Saudi y Turquía.

Irán, no obstante, es el jugador regional más activo y más hábil en este momento. La relación con Hezbolá en Líbano es antigua y sólida y explica el interés enorme de Irán en la guerra de Siria. La inestabilidad del sistema político del antiguo enemigo, Irak, tras la intervención de Estados Unidos y la caída de Sadam Husein permite a los ayatolás y los guardianes de la Revolución. Así lo analiza la profesora de la Autónoma, Báhira Abdulatif.

Nefasta influencia

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El último de los nuevos reyes de Oriente es el más joven. De hecho todavía es príncipe: Mohamed Bin Salman ha hecho más como príncipe de Arabia Saudí que algunos dirigentes en años como jefes de gobierno. Él es el responsable de un ambicioso programa de reformas internas que se supone que debe situar al país en una mejor posición para los retos de un futuro sin petróleo. Pero donde más le hemos notado es en su política exterior. Puede que la acción exterior saudí haya sido tradicionalmente conservadora pero siempre tenía el marchamo de ser predecible y sólida. Bin Salman ha destruido en dos años todo eso y ha metido al país en una situación bastante embarazosa con una guerra en Yemen, un embargo al pequeño emirato de Qatar y la intervención en Líbano a través del primer ministro, Rafik Hariri, que presentó su dimisión bajo la presión de Riad y semanas después rectificó gracias a la intervención del presidente francés, Emmanuel Macron. Así lo comenta la analista de la Fundación Alternativas, Itxaso Domínguez.

Todos estos 'magos' que juegan sus bazas en Oriente Próximo aprovechan una significativa ausencia: la de Estados Unidos. Donald Trump va tan por libre que ha asumido el papel de Papa Noel y solo ha dejado un regalo a Benjamin Netanyahu con el reconocimiento de Jerusalén como capital del estado de Israel.

 
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