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Sexo que explota

El editorial de Celia Blanco en 'Contigo Dentro'

Fotograma de a película '120 pulsaciones por minuto' / Getty Images

Madrid

Cada vez que el sexo impregna cualquier ámbito de nuestra existencia, no queda otra que hacer hueco para que también quepan los prejuicios ajenos. Basta que alguien diga su orientación sexual para que se le manifieste el apoyo o el rechazo. Que no se le ocurra a nadie decir que mantiene una relación no convencional, no vaya a ser que se le tiren al cuello todos los que ni siquiera verbalizan qué les gusta a ellos. El sexo es un detonante para que todo explote con la carga de munición suficiente como para que más de uno intente hacer daño.

Cada vez que el sexo impregna cualquier ámbito de nuestra existencia, no queda otra que hacer hueco para que también quepan los prejuicios ajenos. Basta que alguien diga su orientación sexual para que se le manifieste el apoyo o el rechazo. Que no se le ocurra a nadie decir que mantiene una relación no convencional, no vaya a ser que se le tiren al cuello todos los que ni siquiera verbalizan qué les gusta a ellos. El sexo es un detonante para que todo explote con la carga de munición suficiente como para que más de uno intente hacer daño. El sexo explota.

Acaba de estrenarse una de las peliculas más incómodas de cuantas pasean por las carteleras. Es una historia que habla del deseo, que trata como pocas el amor, que muestra de un modo real y absolutamente cruel la irresponsabilidad de los que mandan cuando tienen que proteger a personas cuya sexualidad no pueden controlar. 120 pulsaciones, que es como se llama esta película denuncia la amnesia que tenemos con el SIDA, tal y como señala su director, Robin Campillo. La cinta cuenta cómo el activismo de los años 90 luchó para que el estado se preocupara por una enfermedad que los aniquilaba. Irresponsabilidad política que cuesta que se señale por los que no tienen la enfermedad, como si haberte librado de ella, evitara que pudiera destrozarte la vida.

Incomodar a los bienfollados sale caro. Dormitan en esas camas hiperprotegidas y jamás deberíamos permitir que esos se inmiscuyeran en nuestras sábanas. Con el tema del SIDA hay quien actúa como si los afectados, los enfermos, fueran otros, casi de otra galaxia. Al fin y al cabo, parece que te libras simplemente siendo heterosexual, o si no eres drogadicto. Y ni siquiera eso te libra de semejante pandemia; hablamos de una enfermedad que no sabe de gustos sexuales, ni exime a una sola religión, porque salpica seas quien seas. No basta con lamentarse. Se debe proteger y concienciar a los ciudadanos de hasta dónde llega el peligro, pero sobre todo, se debe educar para tener un sexo responsable que evite más contagios. Y, a los enfermos, hay que garantizarles una vida sin prejuicios, sin señalamientos, con acceso a los fármacos que sean necesarios y sobre todo: con todo su honor íntegro. 120 pulsaciones te obliga a pensar cuál es tu actitud con la enfermedad y a que te contestes si haces lo suficiente.

Casi 31 millones de personas en el planeta están infectadas por el VIH. Y cada uno de sus latidos cuenta para que entre todos intentemos que ese latido no sea el último.

 
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