Ezra Furman, el viaje más salvaje del Bob Dylan de los 'millennials'
El nuevo trabajo de Ezra Furman relata el viaje de dos amantes queer que huyen de las autoridades de un mundo extraño
Madrid
A Ezra Furman (1986) me lo imagino con carmín en los labios, un vestido estampado y una herida de bala en el estómago conduciendo un Chevy cubierto de polvo mientras aúlla cantando. Su música transmite ese tipo de historias, de huidas desesperadas, de aventuras salpicadas en MDMA, sangre y peligro. Su último álbum, el espléndido Transangelic exodus, es una novela trasladada a canciones, una road movie interpretada entre alaridos. Un disco que confirma el enorme talento de este peculiar músico al que las etiquetas, desde las musicales a las de identidad sexual, se quedan cortas. Sus canciones, en esta nueva entrega, se alejan del folk y el garaje salvaje para mezclarlo todo con un sorprendente acierto.
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Transangelic exodus más que un disco es una historia, una aventura musical dibujada a golpes de guitarra, un viaje salvaje por la agitada mente de este inquieto creador que comenzó almacenando palabras, frases y páginas que encontraron su mejor acomodo en canciones. Pero a pesar de las inquietudes de sus inicios, su obra no resulta pretenciosa. Es brusca, peligrosa, afilada, pero es creíble, verosímil y cruda. Sin medias tintas. Habla de dios, ese ser extraño que da fuerzas a los “raritos” para aguantar, habla de huir y en esa escapada dibuja imágenes que saltan de la belleza a la repulsión con enorme naturalidad. Una música cinematográfica que encaja con esa idea que ya cantaba en 2012. “Estoy encerrado en mi habitación escribiendo la música de una película que nunca se rodará”, relataba en Queen of hearts. Un año después llegó a las tiendas Day of the dog, un álbum que catapultó al estadounidense en Europa recibiendo la máxima puntuación del crítico de The Guardian.
En estos tiempos en los que las listas de éxitos las copan canciones coescritas por demasiados músicos, encontrar a un compositor joven con un universo literario y sonoro tan amplio resulta reconfortante. En su anterior entrega, el adictivo Perpetual motion picture, Furman ya mostró un enorme talento para ser y resultar diferente, especial. Furman es raro y escapa a los cánones juveniles habituales, su sexualidad, su forma de vestir y su manera de escribir lo convierten en un artista que no esconde a sus maestros pero que ha desarrollado una identidad propia.
Las primeras escuchas de Transangelic Exodus golpean con fuerza desde la salvaje Suck the blood from my wound (chupa la sangra de mi herida) hasta la tierna Love you so bad, entre medias recorre paisajes inconexos y abruptos retratados en canciones brillantes como The great unknown o Driving to L.A. El disco, de trece canciones, se acaba revelando como algo original y superlativo, un disco que señala a su creador como uno de los músicos más especiales de la escena underground, el trovador del siglo XXI, el cronista de los milenials más alejados de lo convencional tanto en la forma como en el fondo. Un talento especial con una carrera que ya ha llegado a su cuarta entrega en solitario y que apunta a que el viaje, ese viaje en el Chevy polvoriento, no ha hecho más que empezar.