De cómo me quedé sin el guapo de Pontevedra

Madrid

Con esa cara y esa planta, daba igual como se llamara. Para mí, fue el guapo de Pontevedra desde el instante en el que abrió la boca. Yo acababa de pedir mi copa y al guapito le pareció que mi elección no era muy femenina. Lejos de desfallecer, después de explicarle que adoro los sabores amargos y la ginebra más seca, el guapo de Pontevedra usó la estrategia de repetirme hasta la saciedad todo lo buena que estoy. Veinte veces lo repitió, creyendo que semejante halago podía apetecerme, siendo efectivamente una mujer mucho mayor que él, pero sobre todo, bastante más inteligente.

Soy infinitamente más lista que tú porque decidí que la edad no me iba a parar. Dejé de buscar a mis amantes en base a su belleza; no quiero amanecer al lado de nadie que no me merezca. Para convencerme de que fuera contigo a la cama debiste hacer algo más que compararme con el resto de mis iguales. A cambio yo no te mediré con mi penúltimo amante, aquel que me lo hizo todo sin preocuparle ni uno sola de mis imperfecciones que me hacen única. Hace mucho que dejé de chupársela solo a los guapos. A cambio, hace poco, muy poco, que entendí que todo mi poderío emana de mi personalidad, de mi altura desmesurada, de mis kilos de más, de mi cara de rancia. Qué pena que aquella noche no triunfaras, guapo de Pontevedra, qué pena que lo tuyo solo fuera una bonita fachada...

¿Te imaginas hasta dónde hubiéramos podido llegar tú y yo si hubieras sacado a pasear las neuronas apropiadas?

Ahora, como mucho, solo te quedarás en un ridículo recuerdo de una noche de copas en los que yo solo me ligué a un hombre cuyo único título es ser el guapito de Pontevedra.