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La vida en la manta, la vida en espiral

Charlamos con Seriñe y Armand, dos hombres que llegaron a España para comenzar una nueva vida y que tras pasar por la manta y por la venta de latas lo han conseguido

Fotografía de archivo de un grupo de manteros / CADENA SER

Madrid

Vamos a dibujar una espiral. Vueltas y vueltas que indefinidamente nos llevan al punto de salida. Esta espiral que no acaba representa el miedo en el que viven los manteros. Espiral que comienza en el país de origen, del que huyen. Que continúa en España, al que llegan, y en el que no consiguen papeles para ser legales. Espiral que les hace tener que ganarse la vida de forma ilegal, porque sin papeles no consiguen trabajo.

La vida en espiral

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Espiral que les lleva a comisaría por vender en la calle, con la legislación actual, el comercializar productos falsificados lleva penas de prisión de seis meses a dos años. Espiral, que genera antecedentes penales y que coloca cada vez más lejos la posible legalización. Sanciones que abren la puerta a las deportaciones. A la expulsión de España. Y vuelta a empezar.

Este es el dibujo de la espiral del miedo. Miedo al que están expuestos los manteros a diario. Con ese miedo dentro, y con el que siguen viviendo sus compañeros, vive Seriñe, senegalés de 43 años, que llegó a España en 2006. “La ley dice que si detienes a alguien tienes que tener una prueba, pero yo he visto detener sin pruebas”, señala Seriñe, que denuncia que ahora hay más agresividad por parte de las policías y que ha visto cómo compañeros acababan con los tobillos rotos, incluso con las piernas rotas. Este hombre senegalés lo dice claro y alto. “No queremos vender en la manta”. Pero Seriñe reconoce que tuvo suerte. “Me casé con una mujer y conseguí los papeles y dejé esa vida. Ahora estoy bien pero quiero que mis compañeros también lo estén”, apunta

También vivió bajo ese miedo Armand, que durante más de tres años vendió latas en las calles de Madrid. “Llegué a España en 2013, vengo de Bangladesh, allí trabajaba en una farmacia”, explica tranquilamente. “Cuando llegué no hablaba casi español, hablaba inglés, pero sin el idioma no hay trabajo y sin trabajo no hay papeles”. Armand no tuvo muchas opciones. “Busqué mucho trabajo y ya desesperado salí a la calle a vender latas por la calle. Las compraba en supermercados y las vendía en la calle. La policía me ha perseguido muchas veces y me han llevado a comisaria por no tener papeles. He pasado muchas noches en comisaría y he pasado mucho miedo. Tuve suerte porque fui a un centro para aprender español en Lavapiés. Ellos me enseñaron el idioma y me asistían cuando me detenían. Ahora tengo trabajo en un 100 montaditos y estoy bien pero estoy preocupado por mis compañeros, nadie quiere vender en la calle, queremos vivir como vosotros, tranquilamente, y poder ayudar a las familias”.

 
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