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Del CIS al CEO, la preocupación por las encuestas explica los giros de última hora en la política española, atenta a los movimientos en Europa y centrada otra vez en Cataluña

Quim Torra, durante el debate del pleno de investidura. / Alex Caparros Getty Images

Barcelona

Ahora que parecía que fuera a encauzarse la crisis catalana (encausada ya lo estaba), todo ha vuelto a ser como siempre fue el procés: imprevisible, con giros de última hora. En manos de la CUP que, según la última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), pasaría de cuatro a once escaños en el Parlament. Es la subida más relevante del sondeo, que mantiene a Ciudadanos como partido más votado pero amplía el margen del independentismo gracias, precisamente, a la crecida de los antisistema.

En la Europa que trata de acordar el Brexit, enfrentada con Trump por Irán e inquieta por cómo vaya a gobernarse Italia, el procés había dejado de estar entre las principales preocupaciones. En eso trabaja Puigdemont: en que no deje de estarlo. Ha enviado a Quim Torra para evitar otras elecciones pero intentará preservar el poder desde la capital de Alemania. En su discurso de ayer, Torra se dirigió en inglés a la Comisión Europea, emulando a Puigdemont y a Mas. El contexto europeo importa.

Importa tanto que Albert Rivera procura reforzar su perfil internacional. Se está dando a conocer en el extranjero y deja que en las crónicas le comparen con Emmanuel Macron, que fue presidente sin partido. Rivera mira a Francia y no precisamente por Manuel Valls, sino por Macron, que corrió a sofocar el auge del soberanismo en Córcega. El presidente francés fue ungido esta semana en Aquisgrán con el premio europeo más importante, el Carlomagno, y Rivera esperaba otra canonización más efectiva: la del CIS. Se quedó a las puertas, así que ha decidido acelerar para que el año que falta hasta las elecciones todas las encuestas dibujen la sensación de que en realidad él ya es el más querido, el futuro. Y ha decidido acelerar por Cataluña, que es lo que más votos le da.

Un día después del CIS, Rivera creó un conflicto con el Gobierno que él mismo apoya y proclamó su ruptura con Mariano Rajoy –“hasta aquí hemos llegado”, aprobará sus presupuestos pero “hasta aquí hemos llegado”–. En verdad, no hay nada que pueda romper: ese apoyo por Cataluña que dice que le retira a Rajoy no se lo va a tener que demostrar en ninguna votación. Contra lo que él mismo acordó, Rivera pide ahora que se alargue el artículo 155 al que también él era reacio.

Esta ha sido la semana del CIS y la del CEO. Y se nota. En ninguna de esas encuestas remontan los socialistas. Pedro Sánchez ha ido a Londres a hacer lo que Rajoy no hace: explicar el procés fuera de aquí. Ojalá Ciudadanos se comportara con Cataluña como se comporta el PSOE, dijo el presidente del Gobierno en un dardo que tenía todo el veneno. El PSOE, donde se oyen de fondo las críticas que suelen anunciar broncas internas, busca la manera de escapar de la trampa de Rajoy.

Pese a lo inestable de la situación, pese a que Quim Torra pertenece al entorno más extremo de Puigdemont y anuncie larga vida al procés, pese a la soledad en la que gobierna, Mariano Rajoy confía en que pueda llevar buenas noticias a Bruselas, donde le controlan el déficit. Entiende el presidente que la situación en Cataluña ha bajado el nivel de crispación al que llegó en octubre y anuncia que está dispuesto a reactivar el 155. Confía también en que tendrá presupuestos y eso en Bruselas es sinónimo de estabilidad. La que no puede garantizar Italia, por ejemplo, por mucho que tenga Gobierno. Rajoy vive en ese contraste: tiene minoría pero promete estabilidad.

Silvio Berlusconi fue a apartarse en el último minuto, como hizo Artur Mas para darle el testigo a Puigdemont, como ha hecho Puigdemont para dejar paso (¿dejar paso?) a Torra. Se dijo, lo dijo Felipe González, que la política española era como la italiana pero sin italianos. Ahora, Italia se ha puesto a explorar caminos inciertos y en España las encuestas sólo dibujan escenarios confusos. Lo saben en Madrid, lo saben en Barcelona, en Bruselas y lo saben hasta en Berlín. Se ha vuelto muy eurovisiva, la política en general.

 
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