Los silencios imposibles
La semana recuerda a los dirigentes políticos que viven encadenados a lo que escriben, dicen o prometen
Madrid
Algunos silencios te persiguen lo mismo que las palabras. Para cuando Quim Torra resultó elegido president, ya se conocía todo lo que había tuiteado y escrito y se conocían también sus "disculpas por si alguien se había ofendido", aunque no se retractara ni una vez.
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Nadie en JuntsxCat, pero tampoco en sus socios progresistas de Esquerra Republicana, salió a criticar aquellos comentarios sobre la raza o el ADN catalán por más que den donde más duele al discurso que promete una república tolerante y abierta. Fue un silencio atronador y perplejo, a tono con el ambiente que lo ha envuelto todo en los últimos días: los plenos de investidura que han perdido los vítores y la épica, las calles vacías y una toma de posesión gris e irrelevante. Torra, que ya escribió mucho en épocas pasadas, prefiere ahora la contención. Por otra parte, así se oyen mejor las instrucciones que llegan desde Berlín.
En medio de ese silencio, el independentismo trata de disimular las discrepancias que alcanzan, incluso, a la formación del nuevo Govern, lo que explica que Torra no anunciara hasta ayer su propuesta de consellers, para la que cuenta con huídos y presos. El Gobierno no aceptará, lo que puede alargar la aplicación del 155 cuya retirada exige el PNV para votarle los presupuestos a Rajoy. Todo está conectado y Torra juega con eso. Sin presupuestos, Rajoy no podrá presumir en Bruselas de estabilidad.
En el bloque opuesto al independentismo, en cambio, lo que menos hay es silencio. Habló Rajoy con Sánchez y Sánchez explicó su sintonía con el Gobierno. Por algo es jefe de la oposición. Habló Rajoy con Rivera y Rivera explicó su desacuerdo con el Gobierno. Por algo es su socio. El asunto está en el 155, que Ciudadanos quiere preventivo y más duro aunque se forme un Govern con consellers sin pegas judiciales. Quiere que llegue a TV3. El Gobierno y el PSOE, a quienes las encuestas no cuidan como cuidan a Rivera, se han puesto de acuerdo para intervenir de nuevo la Generalitat pero sólo si antes la Generalitat vuelve a saltarse la ley. De entrada, el último mensaje de la Moncloa trata de explorar la vía del silencio: "Este Gobierno no va a alimentar una espiral de descalificaciones", dijo el viernes el portavoz Méndez de Vigo.
Evocaciones al silencio en el ámbito político, tan dado a parlotear, y catarata de pronunciamientos en el mundo de la justica, que se las dio siempre de más discreto. El rechazo de la fiscalía belga a que se extradite a los exconsejeros catalanes complica toda la estrategia del juez Llarena, que espera ahora la decisión final de Alemania sobre Puigdemont. El Supremo informa de su malestar, pero no es el humor del tribunal lo que está en el foco, sino su instrucción del caso.
Y luego están las otras cosas al margen del procés, que han generado también contrastes de volumen: desde el silencio de la mayoría de los dirigentes de Podemos con el chalé de Iglesias y Irene Montero al rosario de entrevistas de Pablo Casado por su carrera de Derecho que, sin embargo, no ha disipado las dudas. En el PP, que acaba de investir a su nuevo presidente en Madrid, miden el efecto que pueda tener la polémica. En eso, están como en Podemos, en pleno balance de daños.
Al impacto que ha provocado la compra de la casa en el partido que abominó de quien se mudaba a urbanizaciones o compraba áticos por el mismo valor, el partido ha tratado de poner sordina interna. Hasta que Iglesias y Montero anunciaron ayer la consulta a las bases sobre sus propios cargos mientras su formación hablaba de "máquina del fango". Esto es lo que hay, o lo toman o lo dejan. No hay reflexión o crítica con los mensajes antiguos del propio Pablo Iglesias, consciente ya de que el silencio que había dejado hasta ayer lo llenaban aquellos tuits que él escribió en los buenos tiempos de la demoscopia. Había moraleja en esta semana: los silencios que uno deja se irán llenando con sus propias palabras del pasado.