Las dioptrías de Rivera

Madrid

Apuntes de un lunes de mayo. De qué sirve un consejero encarcelado, ¿para qué sirve un consejero fugado? En qué contribuiría a mejorar la sanidad catalana, la educación, en qué lo iba a notar un catalán medio, ¿de qué forma iban a colaborar esos consejeros con la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos? ¿De qué sirve un consejero encarcelado o fugado si se trata de recuperar la normalidad y la autonomía? De nada. Absolutamente de nada sencillamente porque no se trata de eso. Porque la gestión es un grano en el rostro del independentismo, porque no les interesa hacer sino aparentar, porque no hay proyecto sino pura estrategia.

Segundo apunte, Albert Rivera necesita revisar sus dioptrías. Las gafas que usa uniformizan de una manera injusta y peligrosa porque el etiquetado divide y, sobre todo, sirve para señalar al diferente, al disidente, al traidor. Con unas buenas gafas de cerca, Albert Rivera descubriría que en España hay españoles que lo son y que lo sienten pero que se parecen poco a su descripción estereotipada del patriota. Se puede ser español desde una posición crítica, incluso descreída, se puede ser tan o más patriota que quienes adoptan una actitud condescendiente con su país por el mero hecho de pertenecer a él.

Tercer apunte. Podemos merodea el precipicio. Al consultar a las bases, Pablo Iglesias está a punto de convertir un problema de credibilidad personal en una crisis colectiva. Si esas bases avalan la compra de la casa de Galapagar, se habrán acercado unos cuantos pasos al estilo de vida de aquellas élites a las que cuestionaban por su estilo de vida. Pero si no lo hacen, y siguiendo el imaginario de ese partido, habrán concedido una victoria a la cloaca, al poder. Si votan en masa y en masa avalan a Iglesias y Montero, podemos habrá perdido una parte de su capital, la impagable coherencia. Y si son pocos los que votan, Iglesias habrá perdido una parte de su legitimidad. De esta, podemos no sale indemne.