Elena era una puta, sí

Madrid

Durante años tuve relación con una prostituta que ejercía a través de una página web que ella misma manejaba. Elena, que así se llamaba mi amiga, admitía que era un dinero fácil, pero tampoco entendía por qué el dinero siempre tiene que ser tan difícil. Horas y horas por un sueldo paupérrimo y sin ninguna pretensión de que cambien las condiciones. Así que en un arraigo de sinceridad consigo misma, decidió que, con su cuerpo, podía hacer lo que le viniera en gana. Elena se cuidaba mucho. Elegía ella a sus clientes, decidía con quién sí y con quién no y dejaba muy claro que siempre marcaría las pautas del encuentro. Nada de sadomasoquismo, nada de sexo en grupo y siempre, siempre, siempre con profilácticos. Ni por todo el oro del mundo tenía sexo sin protegerse a sí misma y a su clientela, una larga lista de amantes esporádicos que escalaban hasta su cama siguiendo las normas que dictaba ella.

Conocer a Elena supuso aprender muchas cosas. Fue ella la que me explicó cómo podía colocarme cuando el amante que tocara no viniera bien provisto de fábrica. En su casa practicamos juntas hasta que nos salió lo de colocar una almohada sobre la tripa cuando el que llegara fuera un polla misil. Elena se sabía todos los trucos habidos y por haber para sacar el mejor rédito del polvo. Le gustaba su trabajo y disfrutaba con él. Con Elena aprendí también de amor. Me enseñó a no dejarme obnuvilar por los que eran buenísimos en la cama pero no tenían corazón. Me enseñó a exigir que me respetaran, que supieran que mi placer debía estar implícito en los roces más tenues. Me obligó a quitarme de encima a todos los que creyeran que eran dueños de mi propia cama.

Elena era una puta, sí. Una que tuvo la generosidad de enseñarme más que cualquiera de los que tanto las critican. Una que me obligó a entender por qué todas las de su profesión además de putas... Tienen mucho de santas.