Casado debía ser la apuesta de renovación

Barcelona

Mirando al futuro. El principal y casi único éxito de Pablo Casado desde que manda en el PP ha sido recuperar a Aznar para el partido. Casado debía ser la apuesta de renovación. Y se estrena con un regreso al pasado. Revivir las glorias de los ancestros es el recurso de manual cuando se carece de proyecto político. Salvo que este sea el regreso al autoritarismo y la arrogancia como se está poniendo de moda en toda Europa.

Dos mundos. Mientras algunos jubilados se manifestaban frente a las Cortes, en su interior los políticos se desgañitaban en una pelea a cuenta de la estratagema legal utilizada por el Gobierno para evitar el veto del Senado a los presupuestos del 2019. Poco importa el tema, todo vale para debilitar al rival; poco importa que sea un recurso legal utilizado a menudo por los que más gritan, porque para algunas las cosas están bien o mal no en función de lo que son sino de quién las hace. Estilo venezolano, una burla al país, sea usted demócrata, fraude, atropello, son algunas de las lindezas que se han dedicado unos y otros. No está el país para que los políticos gasten sus esfuerzos en la destrucción del adversario. El PP y Ciudadanos, los más agresivos, tendrían que explicar, por ejemplo, porque quieren impedir un aumento del gasto social autorizado por Europa. Pero esto parece que importa poco: lo importante es acorralar al adversario. Puede que con ello levanten la moral de sus incondicionales, pero no van a mejorar la reputación de los políticos. Lo que quiere la ciudadanía es ser reconocida, es decir, que se la escuche y que se atiendan sus preocupaciones.

En un debate en Barcelona sobre el año 68, Mónica Zgustova, que vivió de niña la primavera de Praga, recordó una frase de Hannah Arendt: “El 68 descubrió la felicidad pública”. Lástima que fuera tan efímera.