Cólera amarilla
¿Qué pasa en Francia? ¿Por qué arde el centro emblemático de París? ¿Cómo es posible que en un país democrático se produzca la violencia social que no ha tenido lugar en aquellas naciones sometidas por la austeridad?
Madrid
La Historia de Francia muestra que estas erupciones de hartazgo -de "ras-le-bol"- tienen lugar cuando las diferencias entre las clases bajas y las élites, ya sean aristocráticas o burguesas, degeneran en algaradas. La última que tuvo consecuencias similares a la de estos fines de semana en los barrios ricos de la capital francesa fue en el 68 y aquello fue como una crisis adolescente frente al paternalismo asfixiante del régimen presidencial.
El geógrafo Christophe Guilluy teorizó hace tres lustros el concepto de "Francia periférica": las clases populares instaladas en zonas periurbanas y rurales que rompieron con la izquierda y que se sienten tentadas por las ideas populistas del Frente Nacional. Es esa Francia periférica que no está en las ciudades ni en los suburbios y que representa a seis de cada diez franceses que se sienten desamparados del Estado.
Una población desconectada que ve como los servicios sociales, los transportes públicos y la enseñanza de calidad va desapareciendo de sus poblaciones mientras siguen pagando sus impuestos. Aquellos que tienen que coger el coche para recorrer los veinte kilómetros de media que les separan de su trabajo y que a final de mes deben gastar una cuarta parte de su salario en combustible. Los mismos que ahora han cogido los "chalecos reflectantes amarillos" que las normas de tráfico les obligan a llevar en sus vehículos para protestar contra la subida de los carburantes en aras de luchar contra el cambio climático.
Macron se ha convertido en su bestia negra. El presidente francés, tan aficionado al teatro, se enfrenta a un dilema "shakespiriano", se enfrenta al dilema de mantener la transición energética que se inscribe en el Acuerdo de París contra el cambio climático -es decir, salvar el planeta- o ceder ante las demandas de unos ciudadanos que aseguran no poder llegar a fin de mes con unos salarios que no crecen como consecuencia de la precariedad y la globalización -es decir, salvar a los franceses-.
Macron debe superar la idea de que fue la pirueta política de las élites francesas que salvó al país de caer en las manos de una extrema derecha que se extiende por Europa, ahora vestida de amarillo.