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Rata de dos patas en mi cama

La primera vez que me dejaron me quise morir...

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Madrid

La primera vez que me dejaron me quise morir. Lloraba desconsoladamente mientras escuchaba todas las canciones que pudieran sanarme. Despotricaba del que me había abandonado y repudiaba al que quisiera llegar. Me largué cuatro meses a la India, a no ver a nadie y a quitarme el dolor de corazón, cuando pude, en los brazos de un inglés quien, por supuesto, nunca más. A partir de aquí solo queda recomponerse.

No soy yo muy de considerar a mis exparejas malditas ratas de tres patas. En este elenco de crueldades amatorias solo entran los que me destrozan la vida. Esos que aniquilan lentamente mis ganas. Los mismos que no entienden que no puedo sufrir por amor, ni siquiera por el suyo. A cambio, reivindico mi derecho a apartarme del que no me merece, del que me trate mal. Aprender a buscar para mi cama a aquellos que respeten mis normas y quieran compartir sus treinta minutos de amor. Aunque sea amor fugaz. Aunque sea solo un relámpago. En realidad siempre creí que estaría a salvo de todos los que no me merecieran. Pensé que si cumplía yo las reglas más evidentes de la cordialidad sexual, todos mis amantes jugarían con las mismas reglas.

No tuve tanta suerte... Qué lástima. También me cruzo con indeseables.

Y entonces, ¿entonces qué hacemos? Entonces nos alejamos lo mejor que podemos, buscamos cómo volver a desear y salimos a buscar a esa persona que, con suerte, encontraremos a tiempo. A tiempo de poder disfrutar de todo lo que nos queda. A tiempo de aprender a insultar solo a través de canciones que nos pongan los pelos de punta. Para gritar delante del espejo, llorando si hace falta, que con mierdas... ¡Nunca más!

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