Mariano Rajoy, una larga carrera hacia la Moncloa
Como en el caso de Aznar y González, tras dos derrotas electorales, a la tercera ha llegado la vencida.
Confianza. La palabra tótem de Mariano Rajoy para este campaña electoral. Pero también éstas: sentido común, equilibrio, sensatez. Parecen venirle como anillo al dedo a este registrador de la propiedad, de 56 años, nacido en Santiago pero recriado en Pontevedra, donde tuvo su primer cargo público.
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Le han llamado superviviente. Y lo cierto es que ha pasado por todas las administraciones: concejal de Pontevedra, presidente de su diputación, vicepresidente de la Xunta de Galicia, diputado nacional desde 1989 y ministro del gobierno de España. En Administraciones Públicas eliminó los gobernadores civiles y congeló el sueldo de los funcionarios. "Nunca me lo perdonaron", ha declarado recientemente. En Educación estuvo algo más de un año. Apenas dejó huella. En Interior, sin embargo, encabezó una época de grandes éxitos policiales contra ETA, aunque su dolor de cabeza fue la inmigración, que entonces registraba un crecimiento exponencial. Su encargo más peliagudo fue la catástrofe ecológica del Prestige, donde siempre le perseguirá aquel diagnóstico chusco de "los hilillos".
En 2003, y después de un año de zozobras internas, Aznar eligió delfín. Su nombre fue una sorpresa, puesto que era otro el favorito. Por eso se dijo: "Mariano ha sido el candidato de consenso". Pero también fue el perdedor de aquellas elecciones de 2004, llevando a su partido de la mayoría absoluta a la oposición. Fue entonces cuando estuvo a punto de tirar la toalla. Resistió pese a la soledad y el acoso al que fue sometido por parte de los suyos: la derecha más bronca pidiendole más cuajo, la frialdad heladora del ex presidente, incluso insultos en la radio más afin al partido. Tras una nueva derrota en 2008, el PP convocaba un Congreso en el que las maniobras de una candidatura alternativa no prosperaron. Quizá haciendo caso de su paisano Cela - "Quien resiste, gana"-, Rajoy siguió en la pelea y hoy se encarga de recordar a todo el mundo lo que les pasó a Felipe González y a José María Aznar: "a la tercera fue la vencida".
Las cosas han ido cayendo por sí solas como parece que le gusta a Rajoy, al que los suyos definen de temperamento tranquilo y los ajenos, de perezoso. En las últimas semanas, abrumado quizá por la realidad Rajoy ha advertido: "Esta no es una tarea para un gobierno, sino para toda una nación". Ahora ha de demostrarse si su talismán, la confianza, se convierte en hechos. Y si es verdad lo que los suyos han dicho últimamente en voz cada vez menos baja: "Mariano será mejor presidente de gobierno que líder de la oposición".