Christian Wulff, del anonimato al bochorno
Wulff ha pasado de un discreto papel institucional a estar en las portadas por no declarar sus regalos y prebendas
El cargo de presidente de Alemania no tiene apenas poder y debe ejercerse sin partidismo, algo así como una monarquía descafeinada a la que llegan, generalmente, políticos en retirada. A cambio, el elegido se dedica a dar discursos e imponer condecoraciones y vive en un lujoso palacio.
El democristiano Christian Wulff lo ocupó en junio de 2010 para sustituir, precisamente, a otro presidente dimitido que habló mal de las tropas de Afganistán.
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Del prestigio y moral de Wulff no se dudaba hasta que unas informaciones periodísticas revelaron que había recibido créditos a bajo interés que olvidó declarar en el Parlamento de Baja Sajonia, el land del que había sido presidente y que prohibe a los altos cargos que reciban regalos de más de diez euros.
El apesadumbrado Wulff tuvo que pedir disculpas públicas, que no han servido de nada, porque los alemanes, un día sí y otro no, han seguido conociendo prebendas de su presidente: lujosas vacaciones, vuelos de primera clase y lo peor, sus telefonazos al periodico sensacionalista Bild, a quien, el muy iluso, amenazó sin pensar que las llamadas se grababan en un contestador.