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El tomate es una fiesta

La niña que parecía un niño más famosa de la televisión italiana de los años 60 descubrió un día que la sopa que le daban para cenar en el internado estaba hecha con los restos de lavar los platos del almuerzo. Juntó a sus amigos y organizaron un motín en el comedor. La revuelta de los niños enfadados destapó la vileza del director, obligándole a que les sirviera, por fin, la rica pappa col pomodoro. La cabecilla de la protesta de teleserie, la niña que parecía un niño, lo celebró con una canción. Fue uno de los muchos éxitos musicales de Rita Pavone, algo así como un cruce yeyé entre la mojigatería de nuestra particular lolita, Marisol, y las travesuras librepensantes de la sueca Pippi Calzaslargas.

El fenómeno Pavone funcionó también en España y la niña del uniforme grabó incluso una versión traducida: papas con tomate. Pero no es patata todo lo que suena. Pappa significa puré, papilla. Pomodoro, eso sí, tomate. La canción hace referencia a un plato tradicional de la Toscana, región rural y pobre, la tierra de Novecento, donde también estaba ambientada la novela en que se basa la serie de televisión. La receta es una especie de sopa de tomate, pan y cebolla; todo en tropezones y cocido en agua, aceite, sal, pimienta y albahaca. Como un pisto de emergencia.

Un capolavoro, una obra maestra, como dice con orgullo la letra original de la canción. Pero  la versión española no solo confunde papilla con patata. Digamos que hace una interpretación muy libre del italiano, reduciéndolo todo a una suerte de loa al merecido plato de comida después de una dura jornada de trabajo. Los españolitos de la época  se derretían con la voz aflautada de Joselito o la mirada cándida de Marcelino, con su pan y con su vino. Ahora, que viniera una niña, y encima extranjera, a celebrar la victoria frente al patrón diciendo que “la historia del pasado nos ha enseñado que un pueblo hambriento hace la revolución”,  o que “tenemos hambre, abajo el director”; eso, para los señores censores, eran palabras muy feas.

Pero la condición paradójica de la Historia es como la piedra que gana siempre a las tijeras. El homenaje popular español al tomate esconde también un origen antiautoritario, aunque menos heroico. Tiene más que ver con nuestro gusto patológico por deformar la realidad hasta convertirla en la más inverosímil de las ficciones. Con eso y con el jaleo.

En agosto del 1945, pocos meses después de que los partisanos comunistas fusilaran a Mussolini a las orillas del lago Como, un grupo de chavales querían pasárselo bien en la fiesta de gigantes y cabezudos de su pueblo valenciano, Buñol. Entraron con ímpetu en el desfile, tanto que arrollaron a parte de la comitiva que comenzó a increparles. Alguien cogió un tomate de un puesto callejero de hortalizas y lo usó como arma arrojadiza. Aquello degeneró en una batalla campal hasta que llegaron los guardias. Pero ya era tarde. Al año siguiente los mismos impetuosos muchachos trajeron los tomates de casa. Fueron disueltos otra vez por los guardias, y así año tras año hasta que la guerra de toneladas de tomates acabó normalizándose como fiesta popular: la tomatina.

Y es que hay en el tomate algo de fiesta, de confusa celebración. Que se lo digan a Celia Cruz y Tito Puente, con su infecciosa salsa de tomate. La extraña fruta vino a Europa de Sudamérica, tierra de sol y de calor. Las primeras piezas que trajeron los conquistadores españoles eran amarillas y brillantes. Los renacentistas italianos quedaron fascinados por aquella manzara de oro y la recrearon en sus obras miméticas de la naturaleza. De ahí pomo d'oro, "manzana dorada", origen de pomodoro. Los franceses le atribuían un poder afrodisíaco, por eso lo llamaron pomme d'amour, "manzana del amor".

Aunque tampoco está claro. Hay historiadores que afirman que este nombre se debe a otra razón: durante muchos años, la berenjena fue llamada en francés pomme des Mours ,"manzana de los moros", porque se usaba mucho en la cocina árabe, de modo que pomme d'amour sería la enésima confusión del tomate. Pero la Ciencia ha hablado. La enemiga de las mitos y la magia ha dictado sentencia; y el licopeno, ese pigmento que pinta al tomate de rojo pasión, es el culpable de todas estas tensiones, estos efluvios y levantamientos: “El licopeno es un antioxidante muy potente que permite la liberación de óxido nítrico y mejora la circulación sanguínea en todo el cuerpo, y por lo tanto, también en la que irriga el pene que, al fin y al cabo, es un aparato circulatorio”. Palabra de doctor.

 
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