Los aviones malditos del rock
Hay ciertas canciones que producen el mismo efecto. Cuando escuchó a Buddy Holly me pasa lo mismo que a aquel hombre. Siento rabia y maldigo a los aviones. Buddy y Richie Valens fallecieron en un accidente de aviación en febrero de 1959. Aquel accidente se conocería como 'El día que la música murió’. También maldigo al cielo cuando oigo el blues de Stevie Ray Vaughan, que murió tras estrellarse su helicóptero durante una gira que compartía con Eric Clapton, el guitarrista lloraría con rabia su pérdida en las páginas de sus memorias. Supongo que Clapton, como el viejo borracho, también maldice al cielo de vez en cuando.
Los aviones se han llevado las vidas de muchos músicos y cuando espero a que un avión despegue algunas de sus canciones me vienen a la cabeza en un macabro proceso de libre asociación. En un agitado regreso nocturno de Nueva York estuve tatareando sin cesar el 'Siting on the dock of the bay', el disco que salió tras el accidente que acabó con el gran Otis Redding el 10 de diciembre de 1967. La paz que transmite ese álbum póstumo consiguió adormecerme entre las turbulencias las acopló al ritmo de 'Let me come on home'. Redding estaba en un momento dulce cuando murió. Venía de ofrecer en el Festival de Monterrey una de las mejores actuaciones de su carrera y su nuevo disco revolucionaria la forma de componer y cantar soul con unas letras de alto contenido y cargadas de mensaje. Creo que siempre que me monto en un avión me acuerdo del pobre Redding que, como Holly. perdió la vida cuando su obra estaba alzando mayor difusión.
Aquel viejo del barrio solía hablar solo mientras caminaba haciendo aspavientos. Pasados los años le vi en una ocasión en un banco del parque, estaba tumbado y escuchaba música en un móvil medio roto que pegaba a su oreja para no perderse una nota. Pensé en su mala suerte, en el terrible giro de su vida y me acordé de Jim Croce y de su mujer. Jim, que tras fracasar en la música se había retirado a una granja, se ganaba la vida como camionero hasta que al enterarse de que su mujer estaba embarazada y se decidió a volver a la música. En apenas dos años grabó tres álbumes de un folk luminoso y optimista. Croce, que llegó a lo alto de las listas de éxito, llevaba 250 conciertos a sus espaldas el año de su muerte, 1973. El 20 de septiembre, el piloto que llevaba su avión sufrió un infarto de corazón y la nave se estrelló al poco de despegar en Natchitoches, Louisiana. Aquel día llegaba a las tiendas 'I got a name', el single de su tercer disco. De todas las muertes aéreas la de Jim es una de las más tristes y cuando pasa un avión por el cielo 'Tomorrow gonna be a brighter day' suena en mi cabeza.
No sé si aquel viejo habría escuchado alguna vez estas canciones. Quizá su historia sea falsa y solo sea otro borracho de barrio buscando un excusa para beber pero al final los dos tenemos algo en común: miramos al cielo y maldecimos a los aviones. Él por sus motivos secretos, yo por los músicos que murieron en ellos. Los Buddy, Richie, Jim, Steve, Ottis, Patsy, John, por esos artistas a los que la vida les fue cortada de golpe dejando un legado musical enormemente rico que muchos años después hace que te den ganas de maldecir mirando al cielo.
FOTOS: Thinkstock y Jim Croce