Ocio y cultura

Sweet Georgia Brown, la redención de la diva sin techo

La cantante americana ha protagonizado uno de los regresos musicales más destacados de este siglo tras pasar una época viviendo en la calle

La cantante durante su actuación en el festival de Montreux en 2009 / EFE

Madrid

Las vidas de los viejos músicos de blues están llenas de leyendas, maldiciones y grandes dosis de mala suerte. Las vidas de las cantantes de blues suelen ser peores, más hostiles y duras, más repletas de golpes y tradiciones. La vida de Sweet Georgia Brown supera a la de cualquier mito maldito del blues para dibujar el retrato de una mujer dura que ha hecho frente a todas las zancadillas de un destino sádico hasta su inesperada redención a los 62 años.

La casa de la cantante ardió en llamas hace algo más de diez años. Brown perdió el hogar -que compartía con sus tres hijas- y todas sus posesiones y recuerdos, recuerdos de los días en los que está chica de Carolina del Norte se codeaba con nombres de la talla de Bessie Smith, Dizzy Gillespie o George Benson, o cuando actuaba en Broadway o reinaba en las noches del Apollo de Harlem. Todo eso se esfumó de golpe y Brown tuvo que desperdigar a su familia para acabar viviendo en el metro de Nueva York junto a su nieto de 12 años. En unas condiciones así, Brown enfermó de diabetes y observó como un extraño bulto iba creciendo en su pecho. Tras años de lucha para sacar adelante a su familia, años de humillaciones y de hacer cosas que una mujer solamente hace por sus hijos, Georgia Brown perdió todo y acabó en las duras calles de Nueva York.

Cuando la vida te lleva al fondo del abismo llega un momento en el que las cosas solamente pueden mejorar, Georgia Brown ha aprendido a lo largo de su vida que las cosas realmente no suceden así y que el camino al fondo se puede hacer eterno. Pero también aprendió a creer en la gente buena que hay en el mundo. En aquel momento de soledad y desesperación apareció un ángel de la guarda. La Jazz Foundation of America, una organización dedicada a atender a los músicos en problemas, acudió en su ayuda. Buscaron un hogar para la cantante y su nieto, le ayudaron a pagar los medicamentos que necesitaba y volvieron a introducirla en el circuito de clubes de Nueva York. Su vida empezó a cambiar, aunque volver a brillar sería otra historia.

A pesar de la vital ayuda de la Jazz Foundation, las cosas tardaron en despegar. El médico que atendió a Brown se asustó al inspeccionar a la paciente. “Tuve que hacer una lista de todas las cosas que tenía, además de una severa depresión”, explicó a ‘New York Times’ el doctor. La cantante comenzó un largo proceso de recuperación que comenzó en su nuevo hogar, unos pisos de acogida para gente sin recursos. “Es una cosa dura vivir allí”, explicó Brown al diario neoyorquino en 2005. “Vivo con gente con la que normalmente no me asociaría. Vivo entre alcohólicos, drogadictos y ladrones”, añadió la cantante. Pero aquello solamente fue el punto de inflexión en la recuperación de esta gran diva del blues caída en desgracia. No es la única. La Jazz Foundation, que tiene décadas de experiencia a sus espaldas, ha atendido a todo tipo de artistas en este tiempo. La fundación se ha encargado de pagar letras de hipotecas de artistas lesionados, ha proporcionado hogares a músicos de sesión en horas bajas y ha pagado servicios sanitarios a intérpretes que no se los podían financiar. Pero con Georgia Brown han hecho un trabajo excepcional.

Del metro de Nueva York al éxito suizo, el largo viaje de Georgia Brown

La carrera de Brown no siempre ha estado en crisis. También vivió sus días de gloria. Niña de precoz talento, Georgia comenzó a cantar y a bailar a los tres años y desde entonces nunca ha dejado de hacerlo. El talento de la niña llevó a sus padres a trasladarse desde Carolina del Sur a Nueva York para que Georgia estudiase en el Victoria School of Music de Harlem, un paso que le abrió las puertas a debutar en el Carnegie Hall a los nueve años como bailarina en el musical de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Aunque lo que le abrió las puertas de Nueva York fue su memorable triunfo en la noche amateur del teatro Apollo de Harlem. Aquella noche consagró a Brown entre las grandes cantantes de blues y durante los años siguientes vivió bien de la música mientras iba enlazando maridos y dando a luz a sus tres hijas.

A pesar de lo complicada que es la vida de los músicos veteranos, Brown se mantuvo a flote hasta el cruel incendio que separó a su familia y le condenó a vivir en la estación de Pensilvania, en el metro de Nueva York. Allí comenzó el ascenso de los infiernos. Tras instalarse en su nuevo hogar, comenzar a actuar en pequeños bares de la ciudad y editar su regreso musical en 2007, Georgia Brown tuvo uno de los escasos golpes de suerte de su carrera. La gente de la Jazz Foundation le consiguió una audición con el programador del Festival de Jazz de Montreux, el evento más prestigioso y exquisito de Europa. Brown abrazó con fuerza aquella oportunidad y en aquella prueba mostró todo su poderío vocal y toda la rabia que llevaba dentro. Sweet Georgia Brown impresionó al programador y consiguió un hueco en el inmenso cartel de festival suizo, un breve espacio justo antes de la actuación de BB King.

En el verano de 2009, Sweet Georgia Brown viajó a Montreux, la hermosa cuna del jazz helvético junto al Lago Lemán. La cantante se vistió de gala, encerró los nervios y salió al escenario con decisión y sin miedo, tomándose su debut internacional como un premio a su talento y su paciencia. Brown salió decidida y se metió al público en el bolsillo. Su actuación en Suiza superó todas las expectativas de la cantante y Brown abandonó el escenario entre una de las ovaciones más memorables de la larga historia del festival. “Tengo 62 años, empecé a los tres y dios sabe que he rezado para que algo así me pudiese suceder algún día”, explicó la cantante tras su actuación. El marzo de 2012, Georgia Brown fue incluida en el Blues Hall of Fame, que reconoció su aportación a la música y su talento, y este verano regresó a Suiza como uno de los grandes nombres del cartel del festival llevándose a casa el premio especial del público.

El éxito en Montreux convirtió a Brown en noticia y poco a poco su vida recuperó la estabilidad. Tras el triunfo en Suiza volvió a tener actuaciones y desde entonces ha viajado por el mundo con su poderosa voz y su irresistible carisma, el carisma de una mujer que no se dejó derrotar por los golpes de la vida, que aguantó de pie cada zancadilla mientras rezaba por una última oportunidad. Esa oportunidad llegó y la cantante no la desaprovechó. Ahora Brown es la dueña de su destino, algo impensable cuando hace apenas una década era otro rostro sin nombre en la fría noche de las calles de Nueva York.

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