Los 10 pueblos más bonitos de Castilla-La Mancha
De Castilla-La Mancha podría explayarme y quedarme bien a gusto porque siento que recorro mi casa al andar sus caminos cuando jamás nací o viví allí. Las provincias de Cuenca, Guadalajara, Toledo, Ciudad Real o Albacete deben ser recorridas con cautela, fijándose en los detalles y armándose de valor quijotesco para enfrentarse a molinos que son gigantes o a castillos cuyas almenas nos guarecen de la solanera del estío y el embrollo de nubarrones en invierno. Si dijo Cela de la Alcarria que "es un hermoso país al que nadie le da la gana de ir", está en mi afán lograr todo lo contrario, que sea un auténtico placer dejarse atrapar por esos rincones de una Comunidad Autónoma donde ser castellano viejo no es una letanía de hijosdalgo sino una manera de mirar la vida.
Es un honor escoger, o al menos intentarlo, los 10 pueblos más bonitos de Castilla La-Mancha. Y aunque con toda probabilidad son muchos más de los que están tengo el convencimiento personal de que están todos los que son.
He aquí la selección de los pueblos más bellos de Castilla-La Mancha:
El lugar donde está enterrado el Doncel, con la sepultura de mayor hermosura en territorio castellanomanchego, no se trata de un pueblo exactamente sino de una pequeña ciudad con una historia trepidante que por poco supera los 5000 habitantes. Probablemente constituya una de las escapadas más interesantes que se pueden hacer en un día desde Madrid, puesto que entre el castillo (dentro de la red de Paradores Nacionales) y la Catedral de Santa María, cuyo interior no puedo dejar de recomendar, hay algo más que empinadas cuestas. Su importancia histórica y artística se debe, por mucho, a la presencia de un poderoso obispado que dejó su huella tanto en la ciudad como en las pedanías de alrededor. De ahí que este enclave medieval se merezca casa a casa y callejón a callejón estar entre los municipios más aconsejables para visitar en Guadalajara.
Hablar de Pastrana es hablar de la princesa de Éboli, encerrada hasta el final de sus días en el palacio ducal, la cual tenía el único privilegio de asomarse una sola hora al día en un gran ventanal enrejado. Por ello le llaman a la plaza en la que se halla este monumento "La plaza de la hora". Esta es una de las muchas huellas que sobreviven en el pueblo alcarreño de una historia llena de intrigas que encerraron algo más que un destierro sonado. Diría Camilo José Cela de Pastrana en su Viaje a la Alcarria que "la primera sensación que tuvo fue la de encontrarse con una ciudad medieval, una gran ciudad medieval". Y eso sigue siendo vigente hoy día, no sólo en el palacio sino también al cruzar sus arcos, al buscar la sinagoga judía o la casa de la inquisición en la Calle de la Palma o cuando uno va tras los pasos de San Juan de la Cruz, quien refundó la orden de los Carmelitas renovados en el convento de San Pedro.
Íberos, romanos, visigodos y musulmanes pusieron las bases de uno de los pueblos más recomendables y "quijotescos" de la provincia de Toledo. La antigua Consaburum tiene una agitada historia se refleja en muchos de sus monumentos. El castillo, en lo alto de la colina y que se accede por un camino copado por una docena de molinos de viento de los siglos XVI, fue el lugar en el que el hijo del Cid perdió la vida luchando contra los almorávides. Pero este emplazamiento, del que se dije fue ordenado erigir por Trajano en la época romana muchos siglos antes de servir como fortaleza medieval, fue también sede de órdenes de caballeros como la de San Juan de Jerusalén.
Las vistas desde arriba son magistrales, aunque si nos perdemos en el entramado urbano alrededor de la plaza mayor encontramos numerosos restos de otros siglos. Lo que no niego que pueda suceder es que cuando nos queramos dar cuenta nos dejemos gobernar por el estómago en alguno de los muchos mesones que ofrecen la mejor comida manchega (y no hablo sólo del pisto).
Dicen de Ayna y sus alrededores que se trata de la Suiza manchega. Es uno de los ejemplos de quienes piensan de forma equivocada que Albacete es sólo una carretera en la llanura hacia la costa. Los que opinan eso no saben de qué hablan porque Albacete tiene más montaña que llano, pueblos formidables y uno de los saltos de agua más hermosos de nuestro país (el nacimiento del río Mundo). Y además el ingrediente apetecible de que uno cuando se interesa por conocer esta provincia y romper con tópicos absurdos salta de una sorpresa tras otra, de los cañones del Cabriel (con uno de los mejores rafting en Europa) a la cuna del humor surrealista. Mucha gente desconoce que en Albacete y, concretamente en Ayna, se rodó Amanece que no es poco, una película de culto del cine español que se hace más grande cada año que pasa. Los escenarios de esta película de humor absurdamente inteligente dirigida por José Luis Cuerda con el mejor reparto de la historia de nuestro cine (ahí es nada) se hallan de forma mayoritaria en Ayna (sin olvidarme de Molinicos o Liétor), encajada en plena sierra albaceteña y habitada por una eterna pausa en la que bien uno puede esperar un sidecar, que le llueva arroz o que le salgan hombres del bancal (eso es cosa del misterio).
Sin salir de Albacete y dejando a nuestro lado las revolturas del río Júcar nos encontramos con un emplazamiento medieval maravilloso de los de colina poblada de casas blancas y un castillo en la cúspide. Otra vez un pueblo que deja la boca abierta, que se muestra férreo en su silueta continuamente inmortalizada al otro lado del puente. Entre cuestas y portones podemos recorrer un lugar declarado conjunto histórico-artístico asomado al vértigo de un cañón también preparado para realizar turismo activo en él. Sin duda Alcalá del Jucar posee una de las imágenes más imponentes que podemos encontrar en toda Castilla.
No hace falta más que tirar del cauce del río Júcar para llegar también al pueblo conquense de Alarcón. Es uno de los mayores atractivos urbanos de la provincia, con un castillo que hospedó, entre otros, al infante Don Juan Manuel, autor de los cuentos del conde Lucanor. Igualmente hay otro monasterio silense del románico, aunque diferente al burgalés dado que ha mezclado otros estilos predominantes en los siglos XV y XVI, así como una bella iglesia de fachada plateresca como Santa María (la portada sur merece el viaje a Alarcón por sí misma).
El corazón de Campo de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, es también el corazón del teatro clásico, una porción manchega en los estandartes del Siglo de Oro español. No sólo conserva uno de los pocos corrales de comedias de la época (que además se utiliza) sino también una maravillosa plaza mayor porticada de galerías acristaladas construida con el dinero prestado de los Fugger, los banqueros alemanes más importantes de Europa quienes soportaron las embestidas bélicas que Carlos V requería para sostener su imperio sujeto por alfileres en Flandes.
El Cid Campeador dijo de Atienza que era "una peña muy fort", refiriéndose al omnipresente castillo medieval que recorta su silueta en el horizonte castellano desde hace muchos siglos. Podría considerársele a Atienza el principio y fin de una ruta por los castillos de Guadalajara, o un objetivo por sí solo. Razones no le faltan a este conjunto amurallado de calles porticadas y numerosas casonas que preservan su entramado de madera o los escudos blasonados en fachadas recias que no han cambiado en quinientos años. La plaza del trigo o del mercado es una forma fabulosa de comprender Atienza en toda su magnitud, así como asomarse al último bastión superviviente del castillo o entrar a degustar un románico exquisito en lugares como la iglesia de San Bartolomé, acondicionada además como originalísimo museo paleontológico en la planta de arriba.
Don Quijote de La Mancha no veía gigantes sino los molinos de Campo de Criptana, un escenario tan cervantino que sería impensable saltárselo en cualquier ruta que se precie con la que seguir los pasos del ingenioso caballero. Sobre un otero de este pueblo atravesado por el río Záncara sobreviven 10 grandes molinos del siglo XVI, los cuales corresponden a una de las estampas más conocidas de la obra literaria, así como de los campos de La Mancha. Este idílico municipio, cuna de artistas, corresponde a esa postal manchega que nos incita a seguir descubriendo más lugares y callejear por un casco histórico de empedrados y paredes blancas las cuales nos permiten viajar quinientos años atrás en el tiempo.
Al otro lado de la autopista A-5, en una de las últimas grandes huellas toledanas antes de entrar definitivamente a Extremadura, encontramos una estupenda excusa para detenernos y, quien sabe si quedarnos. Tras una colina sobresale el castillo (hoy día se ha convertido en un parador de turismo) que nos lleva a la Edad Media, pero dentro del pueblo además hay formidables ejemplos de renacimiento, o incluso de estilo plateresco como el de la iglesia de la Asunción. Sorprendentemente no es uno de los pueblos más conocidos de Toledo, razón de peso para que le demos una oportunidad de estar en un podio reservado a los mejores.
Esta ha sido la selección, pero estoy convencido de que de los lectores depende que aparezcan muchas más localidades que merecen estar incluidas en cualquier ranking que se precie. ¡Ahora es vuestro turno!
Para finalizar nada mejor un escrito de Benito Pérez Galdós que escribió en su obra Bailén para describir su paso por La Mancha:
"Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierra surcada por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos (...)"
¡Feliz viaje!
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