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LA MUERTE DE LORCA | LA SER ACCEDE A LOS DOCUMENTOS ORIGINALES

La vigencia de Lorca

El granadino es un poeta vigente. Y lo será por mucho tiempo.

Fotografía de archivo del poeta. / EFE

Algunos poetas tienen la suerte o la pericia de saltar las barreras del tiempo y del espacio y logran ser apreciados en épocas y latitudes muy distintas de aquellas en las que escribieron sus obras. Uno de ellos es Federico García Lorca, un escritor que, sin alejarse nunca de las coordenadas geográficas donde quedó forjado su deslumbrante universo poético, siempre supo dotarse de los mecanismos literarios y conceptuales necesarios para que sus poemas y textos dramáticos funcionaran como lugar de encuentro para todos los que intentan sobrevivir desbordados por la angustia de sus deseos, por el vértigo de su identidad soslayada o por la penuria servil de un sociedad que les volvió la espalda.

En las páginas de Lorca suena la voz del que se busca a sí mismo sabiendo que nunca encontrará lo que busca: “Aunque sepa los caminos / yo nunca llegaré a Córdoba”, escribió en la “Canción del jinete” del libro Canciones (Málaga, 1927). Y en ese mismo libro leemos: “Entre los juncos y la baja tarde, / ¡qué raro que me llame Federico!”. Aquí están los universales del sentimiento de los que hablaba Antonio Machado. Como también podríamos encontrarlos entre los versos del estremecedor “Romance sonámbulo”: “Pero yo ya no soy yo, / ni mi casa es ya mi casa” (Romancero gitano, Madrid, 1928).

FOTOGALERIA | El poeta, en 1934.

FOTOGALERIA | El poeta, en 1934. / EFE

El extrañamiento ante la propia identidad y el fatalismo existencial recorren los poemas de Lorca y toman cuerpo en su producción dramática, desde la clausura asfixiante de las pulsiones vitales en La casa de Bernarda Alba a la insana cuadrícula social y sentimental de Bodas de sangre, cuadrícula que, una vez desbordada con trágico retraso, hundirá a sus protagonistas en la fuga que los llevará a la muerte, tal vez la muerte inevitable o deseada. Conflictos atávicos que hunden sus raíces en las zonas más oscuras de la angustia, ese “caballo del pensamiento” en palabras de Jaques Lacan, una angustia ancestral pero también angustia contemporánea, la angustia como uno de los signos de la dañada subjetividad moderna. Así podría explicarse, por poner un ejemplo extremo, el acercamiento de la cultura japonesa al teatro de Federico García Lorca: pensemos en Yukio Mishima y su interés por Bodas de Sangre o La casa de Bernarda Alba.

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Fue Pablo Neruda uno de los primeros en observar que la figura de Federico García Lorca ofrecía dos perfiles, el verdadero y el de la leyenda. Y llevaba razón, así que para hablar de Lorca es necesario no dejarse llevar por la atmósfera de leyenda que, admitida más o menos por el propio poeta en vida, rodeó desde muy temprano su persona y su obra, y quedó supuestamente reforzada con su asesinato en agosto de 1936. Pero García Lorca es algo más que una leyenda. Pasó sus primeros años en la Vega de Granada y allí asimiló la naturaleza, las costumbres y las canciones populares que más tarde aparecerían integradas en el conjunto de su obra. La enseñanza musical que recibió durante su infancia, un sentido agudo del ritmo y de la armonía, o su amistad con Manuel de Falla, lo impulsaron a no olvidarse nunca de la dimensión melódica y rítmica del verso.

Ya desde sus primeros libros (Libro de poemas, de 1921, o Canciones, de 1927) podrían rastrearse las tres constantes básicas de su concepción poética: tradición, renovación y popularismo. O dicho de otra manera: tradición culta, tradición popular y vanguardia. Sostenidas, moduladas o predominantes, estas cualidades estarán presentes a lo largo de toda su obra, se irán condicionando mutuamente y contribuirán a crear ese mundo tan personal y enigmático donde el amor y los deseos, la frustración y la muerte, estarán visibles o velados, se afirmarán para negarse.

Sonetos del amor oscuro sería el mejor ejemplo de la tradición culta o académica, alusión nominal a un tema ya evocado por Juan de la Cruz en su poema Noche oscura del alma. La tradición popular y el folclore andaluz serían otras de las claves de la poesía de Lorca, sobre todo en el Poema del cante jondo (1931) y en el Romancero gitano (1928); pero el éxito inesperado de este último libro se transformó muy pronto una sensación sofocante: Lorca se sentía aprisionado en un tema que los lectores no habían sabido situar en su dimensión simbólica.

El gitano es un arquetipo de la vida marginal, de la persona perseguida. Y todavía hoy muchos lectores reducen la enorme capacidad estética y expresiva del Romancero gitano y no perciben en sus páginas ningún otro valor que vaya más allá de la tragedia del mundo andaluz y gitano. Entre junio de 1929 y marzo de 1930, Lorca viaja a Nueva York y traduce el impacto emocional que le provoca la sociedad estadounidense en los poemas de Poeta en Nueva York, libro publicado póstumamente en 1940: aquí la influencia del surrealismo es intensa y palpable, pero Lorca no cae en el uso rutinario y mecánico de las herramientas surrealistas más comunes, como el azar o la escritura automática. Lorca escoge deliberadamente cada uno de los elementos que usa y su punto de vista es el de un europeo que mira el infierno sin fondo de Wall Street; asiste al jueves negro de la bolsa de Nueva York de 1929, conoce la deshumanización de las calles y ventanas de una ciudad donde nadie tiene tiempo para detenerse y mirar cómo pasa una nube.

El antiamericanismo europeo y cosmopolita será una de las características de esta obra; quizás por eso, en la parte final de su desolado recorrido, titulada no por casualidad Huida de Nueva York, recuerda con nostalgia una Europa simbolizada en la vieja ciudad de Viena, versos donde las alusiones a un amor perdido se mezclan melancólicamente con la evocación de paisajes doloridos y solos. Detengámonos para terminar en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, conjunto de cuatro poemas asombrosos escritos durante el otoño de 1934, tras la cogida y muerte del torero amigo, y publicado al año siguiente, en la primavera de 1935, en la imprenta de la revista Cruz y raya. Lorca estaba en su plenitud: recitales y conferencias diversas, estrenos clamorosos en Argentina, entrevistas constantes y homenajes sucesivos que culminaron, en Buenos Aires, a finales de marzo de 1934, antes de su regreso a nuestro país, con la proclamación de Federico García Lorca como embajador de las letras españolas en una sesión pública constituida por destacados representantes de todas las repúblicas hispanoamericanas. Colaborador incansable en revistas y periódicos, entregado a las labores pedagógicas y culturales de la compañía universitaria de teatro La Barraca, García Lorca era un autor atento a todo lo que se movía a su alrededor, un autor rebosante de ideas y de proyectos estéticos, un autor, en fin, maduro, plenamente maduro. De ahí que los poemas del Llanto sean una compleja y equilibrada síntesis de los hallazgos y recursos estéticos más logrados de su autor: ciertas dosis de elementos gongorinos y vanguardistas, una palpable actitud rehumanizadora, un fresco vitalismo, una sabia contención formal y sentimental, una elaborada mitificación de lo andaluz, un distanciamiento riguroso del costumbrismo vacuo, una rica complejidad simbólica, la soberanía de su imágenes y metáforas, la ambiciosa concepción del conjunto, la profunda riqueza de su lenguaje, la amplitud de registros y la sencillez aparente de su arquitectura interior hacen que el Llanto sea un libro de enorme valor dentro de la producción poética lorquiana y dentro de toda la poesía española.

Tal vez sean estos cuatro poemas los que mejor sirvan para mostrar el sutil equilibrio lorquiano entre tradición y vanguardia, entre poesía culta y poesía popular, entre vitalismo y angustia, entre el deseo y la muerte, pues aquí la muerte y la derrota de Sánchez Mejías no son simplemente la muerte y la derrota de un torero, son, sobre todo, la ocasión para constatar el carácter inevitable de la muerte y la derrota más o menos posible de toda tentativa humana. Por todo eso, y por mucho más, Federico García Lorca es un poeta vigente. Y lo será por mucho tiempo.

  • JoSE CARLOS ROSALES ESCRIBANO
 
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