Internacional
EL PRIMER ÉXODO DEL SIGLO XXI

El inalcanzable lujo de sentarse en un banco

Refugiados aprovechan los chalecos salvavidas que van quedando de centenares de travesías previas para bañarse y librarse del calor / ÁLVARO ZAMARREÑO | Isla de Kos

Isla de Kos

En el puerto de Kos hay una fortaleza otomana que aprovecha una pequeña península para caer sobre el mar y vigilar la entrada de los barcos. A un lado amarran yates que podemos calificar sin pudor como “de lujo”. Al otro se aposentan directamente sobre el hormigón varias decenas de familias de refugiados. Los chicos aprovechan los chalecos salvavidas que van quedando de centenares de travesías previas para bañarse y librarse del calor.

En unos jardines flanqueados por el carril-bici hay varias decenas de pequeñas tiendas de campaña que los migrantes compran por 20 euros si son realmente pequeñas y 40 si son algo más grandes. Hay una invisible línea a partir de la cual un vigilante de seguridad cuida de que nadie ponga tiendas, ni tan siquiera se siente en el borde del jardín.

En una pequeña rotonda del parque se reparten tres bancos. En uno una pareja joven descansa con unas gigantes mochilas a los pies. En otro, un señor de unos 50 años descansa con su mujer y un chico adolescente. El guarda les pide amablemente que no estén más de cinco minutos. A la pareja joven ni se acerca. Unos son sirios, los otros han venido de alguna de las ciudades de las que parten hacia Kos decenas de vuelos charter para turistas.

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La familia se va pasado el tiempo que les han concedido. Y al rato se sienta un chico con una pequeña mochila. Hace un pegajoso calor húmedo y se agradece sentarse a la sombra. El guardia aparece y repite el mensaje: “cinco minutos”. Pero el chico le desafía y le dice que no piensa marcharse. Que llame a la policía si quiere. Empieza un tira y afloja en el que el vigilante aparece cada minuto y le advierte “cinco minutos”.

El chico busca en alguna de las personas en el jardincillo una mirada cómplice. Nos acercamos a él y le pedimos charlar un rato. No ha terminado de contar que viene de Alepo cuando tenemos otra vez al mensajero: “no pueden estar aquí, esto es privado”.

Cambiamos por un café en el que poder charlar tranquilamente. Ahora si puede contarnos su historia. Yasser viene de Alepo, salió de allí hace unos meses. “Siria es el país más bello del mundo y Alepo es una ciudad antiquísima. Pero mi barrio estaba rodeado por fuerzas rebeldes y los ataques eran continuos. No había luz y tenía que ir a tres kilómetros a por agua”.

Yasser es uno de los afortunados que tiene ya el papel con el que puede salir de la isla, cuando el ferry fletado por el gobierno vuelva a recalar en ella este miércoles. Pero su presupuesto para completar el viaje a Alemania le deja con 20 euros para los seis días que habrá pasado en ella en total. Así que duerme en la calle. “Nos tratan como animales ¿por qué no me puede dejar sentarme en el banco? No soy un delincuente”.

Yasser, que en Alepo trabajaba en una empresa textil, no es más que uno de los 6.000 refugiados y migrantes que con datos de ACNUR actualizados hay en Kos. “Lo que hace la situación única, comparado con otras, es que a pesar de todos los esfuerzos las autoridades municipales no nos han autorizado a poner carpas para recibirles”, nos dice el responsable de esta agencia de la ONU Roberto Mignone. “Tenemos el material, pero yo no puedo poner las tiendas en el aire, necesito un terreno”.

El pasado fin de semana llegaron a la isla de Lesbos más de 4.000 refugiados en un día. Pero Kos es la que concentra más atención por la situación en que se encuentran. En plena campaña turística, esa negativa del alcalde hace que el casco histórico, entorno al puerto, esté lleno a la vez de turistas y refugiados.

Escenas como la del guarda de seguridad se repiten a lo largo del día: camareros que no dejan a los grupos de pakistaníes sentarse cerca de sus terrazas, gente que no quiere que haya acampados frente a su establecimiento o su casa, u hoteles que, según cuentan los propios refugiados, incrementan el precio si creen que el huésped es sirio.

Frente a esto hay que añadir que algunos turistas han pasado a colaborar con grupos de voluntarios en la ayuda a los recién llegados, y que mucha gente en Kos, particulares y negocios, han hecho cuanto han podido. Pero como dice la presidenta del comité local de la Cruz Roja Helénica, Irene Panagiotopoulous, “ya no pueden dar mucho más porque su propia situación es mala”. Esta organización recuerda que hay necesidades básicas sin cubrir, como el acceso a una mínima higiene, que muchos están supliendo bañandose en el mar. ACNUR y Médicos Sin Fronteras recuerdan que el ayuntamiento ha echado el cierre a los baños públicos de la ciudad para que no entraran los refugiados.

Las organizaciones confían en que la visita este viernes de una delegación al más alto nivel venida desde Bruselas desbloquee esta parálisis que sufren los refugiados, abandonados a su suerte y superados ellos más que nadie por las circunstancias -que para ellos no empezaron con su ‘irrupción’ en Europa, sino meses u años antes cuando huyeron de sus casas-. Para entonces Yasser, el chico de Alepo, ya debería haber zarpado de Kos. La indignidad del banco se pasará, pero seguro que es porque tendrá que guardar dosis de indignación para otras situaciones.

 
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