Custodia compartida con el guardia civil que le rescató
Javier salvó a su madre cuando llegó embarazada a las costas de Melilla y estuvo a punto de morir. Hoy, la niña que felizmente nació después le llama “padrino”
Melilla
“Érase una vez, de noche, era invierno, y en una barca llegaron muchas personas. Una mujer y su hijo se cayeron al agua. No sabían nadar. La mujer llevaba en su barriguita a una niña, que sería preciosa cuando naciera. Pilar. Esa niña eres tú.” Javier, que rescató a su madre cuando estaba casi de ocho meses embarazada de ella y a su hermano de seis años, no quiere contarle la historia de lo que le pasó a Pilar con la crueldad del drama de la inmigración: “Cuando pueda contárselo, quiero hacerlo como un cuento. El cuento de Pilar”.
El 10 de noviembre del 2011 llegó a las costas de Melilla una barca con una decena de inmigrantes subsaharianos a bordo. Se acercaron -de noche y a escondidas, para no ser detectados- hasta una escalera cercana al cantil del muelle donde atracan los grandes buques. La Guardia Civil y los GEAS, alertados, fueron hasta la zona. Vieron como los inmigrantes comenzaban a subir por la pequeña escalera, pero en ese momento, una mujer y un niño cayeron al agua. No sabían nadar y desaparecieron de la superficie.
Javier González Ferrón, cabo de la Guardia Civil y perteneciente al grupo de submarinistas (los GEAS), se lanzó al agua para intentar rescatarles: “No se veía nada, todo estaba oscuro, yo sólo vi un bulto de alguien que cayó al agua y no volvía a salir a flote. Me quité las botas y me tiré”. El rastro de las burbujas que iba dejando mientras se hundía: “Es lo que me sirvió de guía para localizar a la persona. La abracé y empezamos a subir, habíamos llegado a unos ocho metros de profundidad”. Pero mientras subía a la mujer, se encontró con otra fila de burbujas, de un menor, que se hundía también. Lo agarró y se lo puso en la espalda: “Parecía interminable esa subida con las dos personas. A una, la abrazaba con una mano y, a la otra, la tenía enganchada al cuello. Pero has generado tanta adrenalina ante los acontecimientos que puedes con todo”, explica Javier.
Al llegar a la superficie, la ambulancia les esperaba. Ella, Lydie Vanina Gbamale, de 28 años, estaba embarazada de casi ocho meses, y su hijo tenía unos 6 años. Procedían de Costa de Marfil. Su marido también viajaba en la barca.
Pasó el tiempo y a principios del año 2012 se presentó en el cuartel de la Guardia Civil una subsahariana con una recién nacida en brazos. Lydie preguntaba por un guardia, el que se tiró al agua para salvarla. Quería saber el nombre para ponérselo a su hija: “¡Javiera es ridículo!, bromeaban mis compañeros, había que buscarle otro nombre a la niña. Y pensamos en Pilar, que es el nombre de nuestra patrona, la Virgen del Pilar”, relata Javier.
Desde entonces, Pilar forma parte de la vida de Javier y de su pareja, Marina. Los fines de semana o cuando libraba, la recogía del CETI, el centro temporal de inmigrantes que era donde estaba alojada la familia, y se la llevaba con “sus nuevos primos de Melilla” de excursión, a la playa con los sobrinos de Javier.
Hace un par de años, a la familia le concedieron el permiso de residencia y se trasladaron a la Península. Concretamente, la madre trabaja y vive en el País Vasco. El padre y el otro hijo se marcharon a Francia. Para Javier supuso una tristeza pero sabía que volvería a verla: “Acordamos que en vacaciones me la traía a casa”. Y así ha sido durante dos años: la madre se traslada con ella hasta el aeropuerto de Málaga y allí le espera Javier para recogerla. Él figura legalmente como tutor, así lo quiso Lydie para que, “pasara lo que pasara, la niña siempre estuviera protegida”.
A Javier lo llama “padrino” y a Marina, “mami”. Cuando llega al aeropuerto, Pilar sale corriendo y se tira a los brazos de Javier. Su imagen no se va durante el resto de los meses porque mantienen un contacto continuo por teléfono y por WhatsApp.
Este año Pilar ha estado más tiempo que otras veces, las vacaciones al completo. Llegó en junio y se ha marchado recientemente. Pilar siempre sonríe a todo el mundo y le encanta tocar todo, “como cualquier niña de 3 años”, aclara Javier y dice que “habla poco porque ella en el País Vasco sólo aprende euskera y francés, que es el idioma de la madre. Cuando está con nosotros le enseñamos castellano para que pueda integrarse con el resto de los niños”.
“Le preguntamos qué le gustaba y con sonrisa de oreja a oreja dijo “la playa”. Las casualidades de la vida han hecho que el medio en el que podría haber muerto su madre y su hermano, sea su medio favorito”, señala Javier. Él le enseñó a nadar y asegura que ahora se desenvuelve con maestría. “Algún día llegará la hora en la que deba contarle el cuento de Pilar”, dice el guardia civil que, cuando lo relata, da un respingo y se le ponen los vellos de punta al recordar aquella noche de invierno.
Durante estos meses de vacaciones, los castillos de arena, jugar a las paletas, ver los dibujos animados de Pepa Pig y la doctora juguete, son sus pasatiempos preferidos. Javier la educa como a una hija: ”Diversión, educación y disciplina”. Pilar busca a sus “primos” porque con ellos se divierte como si lo de venir a Melilla fuese ir a un campamento de verano o a estar con su familia de la otra punta del país. Aunque ella es el verdadero juguete para todos sus compañeros, que la llevan a ver las motos, las barcas, los todoterrenos, los animalitos del SEPRONA. “Javi tráete a la niña”, es la frase constante de todos los días, de algún amigo, familiar o compañero de trabajo. Pilar forma parte de la familia: “Tiene tíos, primos, abuelos, y los llama así”.
El cuento de Pilar es la historia de un final feliz y, para el cabo Ferrón, es lo que le hace recordar por qué todos los días se pongo el uniforme. Pilar se marcha y pasará casi un año hasta que vuelva a tener “su custodia compartida”, ya que el resto del año las vacaciones del cole son muy cortas y supone un gasto excesivo el desplazamiento.
Y se reunieron todos y fueron felices y comieron helados y Pilar pasea por la calle a cocoletas o agarrada de la mano de quien le salvó la vida cuando aún no había nacido.