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Los países más pobres se preparan para la llegada de 'El Niño'

En Camboya, el segundo país más pobre de Asia, la sequía de los próximos meses va a afectar al 90% de la población que vive de la agricultura y la pesca

Phouk Langdy, pescador en Tonlé Sap, Camboya. Foto: Marta del Vado / MARTA DEL VADO

Siem Reap

Phouk Langdy tiene 34 años y la piel tostada. Vive en Kampong Phluk, una comunidad flotante en el lago más grande del sudeste asiático, el Tonlé Sap. Es pescador desde que tiene memoria; primero ayudaba su padre, ahora es él quien se encarga del sustento de los nueve miembros de su familia.

Reportaje sobre los efectos del cambio climático en Camboya (Marta del Vado)

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Pesca una media de 15 kilos al día pero cada vez sale más horas a faenar, cuenta desde su barca de madera, estrecha, larga e impoluta. Ahora, en temporada seca, su jornada va de tres de la tarde a siete de la mañana del día siguiente. Y así consigue unos 300 dólares mensuales pero cada vez, asegura, se pesca menos.

En los últimos años las comunidades del Tonlé Sap han notado una variación cada vez más extrema de las temperaturas. El calor ha aumentado, en la temporada de lluvias cada vez cae menos agua y la seca (de noviembre a mayo) se prolonga cada vez más. Esto provoca que el nivel del agua fluctúe hasta diez metros entre una temporada y otra; que el lago esté cada vez más contaminado, que tenga menos peces y que aumenten los casos de enfermedades entre la población, como la malaria o la diarrea.

Phouk Langdy, pescador en Tonlé Sap, Camboya. / Marta del Vado

Los camboyanos se preparan ya para el impacto de El Niño en los próximos meses. En este país, el segundo más pobre de Asia, el 90% de la población vive en zonas rurales y su principal fuente de vida proviene de los recursos naturales. Los campos de cultivo también se están viendo afectados por los largos periodos de sequía y el aumento de temperaturas. Y lo mismo pasa con la masa forestal, que ha disminuido un 14% en lo que va de siglo. “Es una catástrofe para la población local”, dice Sphana Om, responsable de la organización medioambiental Mlup Baitong (que significa “sombra verde” en jemer). Esta ONG, con fondos de cooperación de la Unión Europea, apoya a las comunidades rurales a gestionar de una manera eficiente los bosques al norte del país, reclamando su derecho a controlar las tierras y evitando que las empresas privadas se apropien de ellas; madereras que amenazan con hacer negocio de la tala indiscriminada. La defensa de los bosques camboyanos les ha costado la vida a varios activistas en los últimos años pero Sphana insiste en la necesidad vital de protegerlos para miles de personas que viven literalmente de ellos. “Las frutas y verduras, la miel, la resina, los hongos y el bambú, por supuesto los animales, pero también las medicinas tradicionales, el material para construir sus casas, absolutamente todo gira en torno a los bosques desde hace generaciones”.

Beneficiaria proyecto de cooperación de la Unión Europea, Siem Reap. / George Nickles / UE

Tres millones de camboyanos, el 18% de la población, según el Banco Mundial, son pobres, viven con menos de dos dólares al día. Y más de ocho millones están al borde de caer en este umbral. Otro dato, más del 80% de la población, 12.2 millones de personas, no tiene acceso a agua potable y la contaminación de los lagos y ríos está forzando a las familias a destinar parte de sus ingresos a comprar agua embotellada. Camboya es el séptimo país del mundo más vulnerable al cambio climático, sobre todo por su falta de capacidad para diversificar sus medios de producción.

Thab Lee, como toda su familia, se dedicaba al cultivo de arroz en la provincia de Siem Reap. Ahora es una de las beneficiarias de un programa diversificación agrícola para pequeños agricultores implementado por Plan Internacional y financiado también por la Unión Europea. La ONG la capacita para plantar otro tipo de frutas y verduras más resistentes a las altas temperaturas que los cultivos de arroz, para luchar contra el hambre a través de esta adaptación sostenible. “Hace unos años oíamos hablaban del cambio climático y no sabíamos muy bien lo que era”, dice Thab mientras muestra orgullosa su pequeño huerto familiar, en una aldea donde las calles están sin asfaltar y la mayoría de casas no tiene letrinas. “Ahora nadie nos lo tiene que contar, ya lo estamos sufriendo”.

 
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