Varias formas de morirse
El bipartidismo está más tocado de lo que enseña el resultado electoral
El reparto de los escaños del Congreso tras el 20-D. / ATLAS / CADENA SER
El PP no se despierta de un mal resultado, sino de una pesadilla. El PSOE no ha salvado los muebles, es la celebración de la vida cuando se ha estado cerca del más allá. Aunque aún no lo saben, el bipartidismo está más tocado de lo que enseña el resultado electoral. Hay una España políticamente emergente y otra en decadencia. Matemáticamente, PP y PSOE suman la mayoría del voto popular y de los escaños pero utilizando una fórmula de desplazamiento para conocer la distancia y el tiempo podríamos calcular su orto y su ocaso. El sistema está gripado. Sin embargo, no tiene por qué escribirse ese final para los dos grandes partidos, de los cuáles al PP le queda una mayor base electoral y la carta del cambio de liderazgo, que ya la ha jugado el PSOE. Ni la caída por el barranco es irreversible ni el progreso es inevitable, como decía Óscar Arias. Evitar la catástrofe depende, básicamente, de dos variables: de que los dos grandes partidos acometan los cambios profundos que demanda la sociedad española y de cómo administren táctica y estratégicamente sus movimientos parlamentarios ante la investidura del próximo presidente del Gobierno.
El PP intentará formar gobierno, aunque su aislamiento político es mayúsculo. Su pedigrí como el partido de los recortes, la pérdida de derechos y la corrupción no favorece las alianzas. Pero le toca y ha de intentarlo.
Sin embargo es el PSOE el que más se juega en el envite. Hay que aclarar que llegados aquí y con este resultado –que mejora levemente las expectativas demoscópicas y mantiene la segunda posición- cualquier decisión que tome tendrá un coste político importante para el partido y su líder. De aquí a la primera sesión de investidura deberían identificar bien cuál es el primer peligro que deben sortear. Como en Ferraz habrán leído bien los resultados electorales –porcentaje de voto, reparto territorial, sustitución en circunscripciones dinámicas- habrán concluido que su principal adversario se llama Podemos. Cualquiera sabe qué hubiera pasado si la campaña electoral dura una semana más. Es fácil intuir que si se convocaran de inmediato otras elecciones Pablo Iglesias estaría en disposición real de arrebatarle la segunda plaza. Por eso el primer objetivo del PSOE debería ser alejar otra convocatoria electoral. Para el PP en cambio, otras elecciones rápidas podrían beneficiarle –ya sin Rajoy como candidato- recuperando votos de Ciudadanos.
A partir de ahí, conjurando un proceso electoral rápido que los deje tiritando, el PSOE debe medir cautelosamente sus movimientos. La idea de un pacto tácito multipartidista para lograr la investidura se antoja exótica. Una mayoría absoluta sin PP ni Ciudadanos exige embarcar prácticamente al resto del arco parlamentario en la misma travesía. Esa coalición multicolor incluiría desde Podemos –con En Comú Podem de Ada Colau, Compromís y las Mareas– más ERC, UP, PNV y/o CC, por ejemplificar una posible combinatoria. Izquierda social, nacionalismos identitarios, independentistas, anticapitalistas, nacionalistas liberales de inspiración democristiana, por citar solo algunas de las ideologías y tendencias disponibles. El candidato socialista llegaría a coronarse con tal cantidad de condicionamientos –la mayoría son imposibles de aceptar para el PSOE– que estaría firmando su acta de defunción política. Solo plantear esa posibilidad parece delirante. Y dicho todo ello saltándonos la casilla de salida, porque Podemos no tiene interés alguno en facilitar la investidura de Pedro Sánchez, en todo caso en participar en un sandwich con el PP que lo funda lentamente. Pueden apostar a que en una operación de esa factura los socialistas serían pasto de las llamas antes que tarde.
El líder socialista tiene en cambio una posibilidad que debería explorar a fondo, si bien toca recordar que todo lo que haga tendrá un coste político. Se trata de abstenerse para facilitar la investidura de Rajoy a partir de la segunda convocatoria. En la primera le toca votar en contra. Pero a partir de ahí podría articular un discurso con sentido de Estado en nombre del PSOE, propiciando la gobernabilidad del país y haciendo renuncia expresa a llegar al poder a cualquier precio. Podría condicionar la investidura del candidato del PP -que posiblemente no fuera Rajoy- con varias exigencias políticas que le darían rédito político: apertura de la ponencia constitucional, derogación de leyes, plan especial contra el desempleo juvenil o una estrategia para reconectar con la ciudadanía, por citar algunas bazas, a cambio de su abstención. Desde luego no le saldría gratis permitir que gobierne el PP aunque a nadie se le ocultaría que sería para un trayecto corto que el propio Sánchez podría aprovechar para crecer y robustecer su futura candidatura. Sí, tienen que elegir entre lo malo y lo peor.
Para el PSOE se trata de poner las luces largas. Este no es su lance. La exposición parlamentaria posiblemente no favorecerá a Podemos. Debe apostar a corto-medio plazo, actuar en consecuencia y esperar. Es una operación compleja que requiere también de su inteligencia para pactar internamente y que después su partido lo respalde sin fisuras. Tiene la suerte Sánchez de que ninguno de los líderes regionales socialistas sale de la cita de ayer exhibiendo un resultado espectacular como para dar golpes en la mesa de Ferraz.
No hay muchas más opciones. Dejar que el PP gobierne en una coyuntura casi imposible mientras el PSOE se rearma y su candidato se eleva; trenzar una alianza imposible con todo el arco parlamentario; o la llamada y deseada por muchos gran coalición PP-PSOE, que es otra forma de morirse y sin nada a cambio.
Antonio Hernández-Rodicio es director de la Cadena SER.