La muerte ignorada de Gaudí

Madrid

Cuando un tranvía atropelló a Antoni Gaudí i Cornet, en la esquina entre la Gran Vía de las Cortes y la calle Bailén en Barcelona, ninguno de los transeúntes y contados vehículos que circulaban por allí corrieron a auxiliarlo. Nadie lo reconoció, sus ropas ajadas, su desordenada barba y su pelo revuelto lo hacían parecer un vagabundo, un tipo errante a cuya desdicha había puesto fin una muerte anónima.

No portaba documentación alguna cuando lo socorrieron unos agentes de la Guarcia Civil y los taxistas, debido a su aspecto, se mostraban disconformes a trasladarlo al hospital. Fue el capellán de la Sagrada Familia quien pudo identificarlo, pero el estado del artista era crítico.

Tres días más tarde, el 10 de junio de 1926, Gaudí murió en el hospital de la Santa Cruz a causa de las graves heridas que le provocó el arrollamiento. Entonces sí, una granada multitud de personas se acercó para despedir a la figura más importante del modernismo y la Renaixença catalana, y uno de los artistas españoles más reconocidos.

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Gaudí tenía 73 años y dedicó casi en exclusiva los últimos 43 a la Sagrada Familia, la obra colosal que no pudo ver acabada en vida. Antes de entregarse al monumento que en la actualidad recibe cientos de miles de visitas anuales y que se ha erigido icono de la ciudad de Barcelona, Gaudí trabajó en otras creaciones tan insignes como la Casa Milà —la Pedrera—, la Casa Vicens o la Casa Batlló, y realizó trabajos de mecenazgo para su cliente más importante: Eusebi Güell, para el que elaboró por encargo el célebre Parque Güell o la iglesia de la Colonia.

De modo similar a un funeral de Estado, el féretro de Gaudí estuvo acompañado por cuantiosos admiradores, discípulos y amigos, y algunas partes del recorrido hasta la Sagrada Familia, donde está enterrado, fueron acicaladas con crespones negros.