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Chaves Nogales a sangre y fuego

Su equidistancia aportó una visión de la guerra a salvo de extremismos

El periodista Manuel Chaves Nogales. / RTVE

El periodista Manuel Chaves Nogales.

Madrid

Cinco días antes del 18 de julio de 1936, el diario Ahora publicó a portada completa las fotos del teniente republicano José del Castillo y el diputado conservador José Calvo Sotelo, asesinados en un intervalo de pocas horas por radicales de derechas e izquierdas.

El director del periódico, Manuel Chaves Nogales, quería denunciar de esta forma los "execrables crímenes" que solo lograron enconar más la atmósfera social, cuya polarización había ido elevándose desde la victoria del Frente Popular en febrero.

Una visión clarificadora

Durante esos días y a través de la entidad de los editoriales, Chaves Nogales clamaba por la sensatez y la reflexión de unos políticos rebasados por los acontecimientos y una clase militar desintegrada por el odio y las fisuras internas. El periodista parecía barruntar la desgracia que iba a ensartar al país y se empeñó inútilmente en hacer razonar a quienes creían en el desenfreno de la venganza como única legitimación de su doctrina.

Sin embargo pudo la guerra y Chaves, con una lectura de la realidad ingénita, previó sus consecuencias: "No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras". Tenía claro que la sangre desembocaría irreparablemente en "un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra". No se equivocó.

Pagar con la patria

Semanas después del golpe de Estado fallido, Ahora fue interceptado por un consejo obrero, pero Chaves, impugnando cualquier intromisión abusiva y sectaria en su oficio, desde el principio se deslindó de los secuestradores: "Me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados".

Portada de 'A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España'

Portada de 'A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España' / LIBROS DEL ASTEROIDE

Portada de 'A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España'

Portada de 'A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España' / LIBROS DEL ASTEROIDE

Apareció noviembre y la cúpula del Gobierno legítimo de la República claudicó ante el avance de los golpistas huyendo a Valencia. El reportero, con la esperanza interfecta, comprendió que ese era también el momento de su retirada: "Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España"

Once historias de la guerra

A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (1937; Libros del Asteroide, 2011, Barcelona) es un hijo del exilio, la rabia y el abatimiento. Surgidas en algunos casos de la experiencia directa, Chaves Nogales hilvanó, desde el barrio parisino de Mountrouge, once historias manifiesto de la "monstruosidad criminal" que aniquilaba su país.

Desde la "lotería" de los bombardeos en la "insensata y heróica" Madrid, hasta la lobreguez temblorosa que ornaban los refugios de Bilbao. De los bandidos que tras desertar del frente y parapetados en el oropel de la revolución, saqueaban pueblos y asesinaban a quien se encontraban al paso con la misma tétrica armonía; a los civiles que, dependiendo de quién hubiera enfrente, se escondían de sus propias ideas disfrazando rápido el color de su pensar y llegando a salvar la vida con el insignificante gesto de alzar el puño cerrado o levantar la mano estirada.

Chaves, "antifascista y antirrevolucionario por temperamento" delinea el esqueleto de una guerra en la que "veinte millones de seres se precipitaban a la barbarie de las edades primitivas". Deja constancia de la catástrofe entre dos bandos donde uno concedía la tierra española, como un inmenso campo de tiro, al nazismo y el fascismo mientras el otro, arrinconado por las potencias democráticas de Europa, intentaba combatir con más arrojo que fusiles, ignorantes de que la descoordinación, la indisciplina y el mosaico ideológico eran su más apremiante enemigo.

Murió en Londres, esperando a que los Aliados dieran término al terror de Hitler y sin haber podido volver a su patria. Porque "su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese".

 
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