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MENA Frontera Sur

Menores marroquíes se concentran en Nador para intentar entrar en España

Cientos de menores no acompañados vagan por Nador y Beni Ensar con el sueño de entrar en Melilla y pasar a la Península

Adolescentes malviven en las calles de Nador. / CADENA SER

Nador

"Me considero hijo de callejuelas", decía Mohamed Chukri, el escritor maldito de la literatura árabe en la época del Protectorado español. El autor marroquí, que deslumbró a los novelistas extranjeros en el Tánger internacional, salió de la casa familiar en el Rif para buscarse la vida en las calles de Tánger siendo aún un niño. "Cuando me escapé de casa, yo vivía en los cementerios para no ser violado por los mayores, y tras las calles, las malditas calles, la suciedad, el sexo, el alcohol, el kif, el contrabando, las peleas a navajazos... aguantar 'al qahr' (extrema penuria) y la violenta lucha interior", confesaba en la novela 'Tiempo de errores', la segunda parte de su trilogía autobiográfica.

Todavía hoy podemos escuchar el mismo relato de cientos de menores no acompañados que vagan por las calles de Nador (Marruecos) buscándose la vida y en muchos casos intentando alcanzar la otra orilla del Estrecho. Esto tiene un nombre, que los propios niños utilizan para autodenominarse: 'Harrag', un migrante clandestino, que se echa al mar desde los países del Magreb a bordo de embarcaciones o se cuela clandestinamente en barcos para llegar a Europa. El término viene del árabe argelino y designa a aquellos que se queman. La 'Harga' es la acción de quemar fronteras.

Trescientos menores no acompañados circulan por las calles, por el mercado, la estación de tren y los zocos de Nador y Beni Ensar procedentes de diferentes regiones de Marruecos. De ellos, 200 se concentran al lado del puerto y la frontera de Beni Ensar. Y además otros 180 más están en la casa de acogida para menores y huérfanos Dar Jayriya (Casa de bienes) cerca de la laguna Mar Chica. Tienen entre 7 y 17 años y sus estudios escolares no superan dos cursos de Primaria. "Huyen de una vida miserable, víctimas de malos tratos o abandono; hay niños explotados sexualmente, y algunos que sobreviven delinquiendo. Viajan como polizones en los trenes y se instalan en el punto fronterizo y en el puerto de una forma permanente hasta que se cuelan a Melilla", explica a la Cadena SER Ahmed Bohjar, presidente de la Asociación de Marroquíes Residentes en España (Aumere), que trabaja con menores no acompañados en ambas partes de la frontera.

Las maneras de pasar de Marruecos a Melilla son variadas: atraviesan con sus familiares que son de los alrededores (Farjana, Beni Chikar o Segangan), se cuelan por la frontera al descuido de la policía, saltan por los tejados de la aduana, entran en los bajos de los vehículos, a nado desde el puerto de Beni Ensar o se esconden entre las colas de los porteadores de mercancías.

A partir de la muerte de un niño y un adolescente en el mes de julio y de las protestas de los vecinos por la sensación de inseguridad que despiertan al estar sin asear deambulando por las calles en busca de algo que comer, las autoridades marroquíes han enviado a las fuerzas de seguridad para desmantelar las concentraciones de menores en la frontera, como lo hacen con los grupos de inmigrantes en el Monte Gurugú. Organizan redadas y prenden fuego a sus pertenencias. Cuando los detienen los envían a Fez y Tánger, pero a los pocos días los niños vuelven para seguir intentando su sueño de pasar a Europa y mejorar su calidad de vida.

"Los menores vienen de todas las ciudades marroquíes, viajan en transporte público de una forma ilegal acercándose al punto fronterizo de Beni Ensar, allí se quedan en la calle mendigando, se convierten en unos delincuentes, donde hasta la sociedad civil les rechaza por considerarles vagabundos, marginados, etc", detallan desde Aumere. Más de la mitad procede de los barrios pobres de Fez, y el resto sobre todo de las ciudades de Rabat, Oujda, Salé y Beni Mellal.

No quieren quedarse allí. El objetivo es entrar en Melilla, una ciudad entre dos mundos muy diferentes ya que la renta per capita de España supera a la de Marruecos 15 veces. Al otro lado de la frontera comienza otra historia de abandono y desprotección con violencia institucional, documental; sanitaria, poblacional y policial, según denuncian regularmente las asociaciones españolas pro derechos de la infancia Prodein y Harraga, que trabajan con menores en la ciudad autónoma.

 
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