Lo que llevó a Sánchez de la gloria al infierno
Pasó de ser un diputado desconocido a liderar el PSOE con el apoyo de los barones, que luego precipitaron su caída
Madrid
El día que escribió era un diputado raso, que tenía escaño en el Congreso porque la vacante de Cristina Narbona hizo correr la lista. Y envió entonces un mensaje. Pedro Sánchez quería quedar para tomar un café. Nos contó que estaba trabajando en su candidatura, que pretendía presentarse a las primarias para liderar el partido que comandaba Alfredo Pérez Rubalcaba. Nos citó en una cafetería del centro de Madrid, a la que acudió ya con la mochila que haría famosa. ¿Tienes apoyos?, le preguntamos, a decir verdad, pensando que iba de farol. "Los tendré. Voy en serio".
Entre la convicción y la temeridad, Sánchez se fue abriendo paso en la carrera después de varios disgustos. En el congreso de Sevilla -el que Rubalcaba ganó a Chacón-, la nueva dirección le apartó, a pesar de los cargos que obtuvieron sus amigos Óscar López y Antonio Hernando. Él, que había trabajado junto a José Blanco, fue defenestrado. Tanto le dolió que no aguantó en Sevilla para ver cómo Rubalcaba era elegido por sus compañeros. Se fue aquella misma noche. "Estáis haciendo caso a un tipo que no llegará a nada, es un desconocido", nos reprendieron en Ferraz la primera vez que contamos que había un diputado que se postulaba para las primarias.
Sánchez acudió a una consultora para que le hiciera un análisis Dafo, con sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Tramó alianzas en el partido aunque un barón que luego le apoyaría nos dijo: "El PSOE no está para experimentos como él". Ocurrió que, tras la derrota en unas elecciones europeas, dimitió Rubalcaba.
Se precipitó ahí la batalla por el liderazgo y varias federaciones se pusieron de acuerdo para evitar el ascenso de Eduardo Madina. Eso volcó muchos votos a Sánchez aunque él se trabajó el apoyo de la militancia. Recorrió con su coche los territorios más importantes durmiendo incluso en las casas de los afiliados. Fue el primer líder del partido escogido por primarias, circunstancia que ha esgrimido hasta el final de sus días como secretario general y quién sabe si volverá a esgrimir más adelante, por lo que pueda pasar.
Se impuso a Eduardo Madina y a José Antonio Pérez Tapias, con el apoyo masivo de Andalucía. La noche del Congreso que lo proclamó secretario general, recordamos ahora que fue Susana Díaz quien, casi a las dos de la madrugada, repartió la lista de quienes iban a integrar la ejecutiva. La mitad de ellos dimitió y Díaz se convirtió en su enemiga. Mucho ha cambiado la historia.
¿Qué ocurrió?
No hubo de pasar mucho tiempo para que Sánchez perdiera apoyos internos. Primero le reprocharon las formas. El nuevo líder tenía que darse a conoce y empezó a salir en programas de entretenimiento. Aquello, quizá anecdótico, dio la primera señal. Cuestionaban algunos dirigentes que se preocupara tanto por la imagen. Luego criticaron las personas de las que se había rodeado, especialmente su secretario de Organización, César Luena, porque se ha enemistado con algunos de los principales cargos.
Se ha escrito que Sánchez sabía que los apoyos que tuvo eran prestados y, según fueron pasando los meses, los perdió. El caso es que su relación se deterioró con los líderes a pesar de que muchos de ellos estaban en su ejecutiva. Muchos no le perdonan la destitución de Tomás Gómez, que le apoyó con recelos.
Vinieron luego las derrotas electorales, que han sido clave para explicar el extremo al que ha llegado la situación en el PSOE pese a que Ferraz trató de argumentar que sin Sánchez la caída hubiera sido peor aún. Al final, la discusión estalló por su intento de formar gobierno, la aproximación a Podemos, las conversaciones con partidos independentistas y su posición en la investidura de Mariano Rajoy. Pero no todo lo que ha ocurrido este domingo se explica solo en esa clave. La renuncia y el esperpento de Comité Federal socialista tiene ideología, tiene lucha por el poder como sucede en toda organización política y tiene también una importante dosis de odios y rencillas personales que contribuyeron a volver la situación insoportable.